Ricki and The Flash: El rock & roll de una madre
La gran Meryl Streep, que hace de rockera, es lo mejor de la nueva y discreta película de Jonathan Demme.
Es cierto, lo mejor de Ricki and The Flash: entre la fama y la familia es Meryl Streep. Pero usar ese criterio sería redundante, aplica a varias de las historias protagonizadas por la actriz. Ocurre que en este caso se antepone a un director como Jonathan Demme (El silencio de los inocentes, Filadelfia). Quizá su propia historia de juventud con una rockera le jugara en contra o quizá comparta responsabilidad con Diablo Cody, el guionista, y su juego de estereotipos.
Estamos frente a un típico ejemplar de dramedia, películas que suelen ser ni chicha ni limonada. Karma del que zafa Ricki..., provocando algunas risas discretas y planteando algunas preguntas que dependen más del espectador que de la pantalla. Y con el aliciente de Meryl Streep, qué duda cabe, capaz de interpretar lo que se proponga.
Aquí es Ricki Rendazzo, la madura líder de una banda de rock a la que le dedica su vida. No es tan famosa como dice el título de la película. Le sobra pasión y le falta dinero, si hasta trabaja de cajera en un supermercado. Pero una llamada desde Indianápolis, donde vive su ex marido e hijos, a quienes no ve desde hace años, le cambian el panorama. Guitarra en mano, vuela con su imagen desgarbada y su pilcha de rockstar hacia la mansión de su conservadora familia. Una madre ausente yendo al rescate de su hija Julie (Mamie Gummer, hija de Streep en la vida real) quien intentó suicidarse tras el inesperado abandono de su esposo.
Allí nace una película de contrastes, con preguntas tales como el lugar de una madre, los prejuicios sociales que enfrenta una rockera adulta, la vida pacata y contenida de unos y la libertad condicionada de otros como elección, y la necesidad de aceptarnos como somos. Todo esto rodeado por la institución familia, mostrada en opuestos desde un rancio conservadurismo y una triste libertad, mundos caricaturizados y etiquetados de manera extrema que, sin embargo, van encontrando puntos en común.
Una película discreta, elevada hasta donde ustedes quieran por la música, por la propia Meryl cantando canciones que unen (ella canta y toca de verdad), como My Love Will Not Let You Down, de Bruce Springsteen. En esa atmósfera, la entrada vale su precio.