Cantante y madre del rock'n'roll
La familia disfuncional es un forte de la guionista Diablo Cody, famosa por el hit independiente Juno. De Jonathan Demme, por su parte, el mundo se percató con El silencio de los inocentes, si bien en los ochenta sobresalió con el documental live de Talking Heads, Stop Making Sense, y (ya consagrado) con Storefront Hitchcock, de Robyn Hitchcock. Previsiblemente, la unión entre Cody y Demme iba a transcurrir por los carriles de la comedia y el musical de rock. Y eso es Ricki and The Flash: la vida de una veterana rockera que por las noches lidera una banda mientras de 9 a 5 lidia con las tendencias suicidas de su hija.
Con una plasticidad que no es nueva (ni sorprende para una actriz de método), Meryl Streep es Linda Rendazzo, alias Ricki, cantante de una banda (The Flash) que en los bares recicla clásicos de Tom Petty y Bruce Springsteen, pero ahora, apremiada por el negocio, añade temas de Lady Gaga y Pink al repertorio.
Ese es el típico toque de comedia Demme, pero entonces aparece el drama. Pete (Kevin Kline), su ex marido, le comunica que Julie (Mamie Gummer), la hija de ambos, entró en una depresión profunda tras ser abandonada por su marido, y Linda debe irse de California para reencontrar a su familia en Indianápolis. En el arranque, el rol Streep parece forzado y el absurdo familiar intolerable, pero gradualmente el escenario, gracias a la química de los actores, toma envión como un hit de Van Halen.
El elenco no sólo funciona por la relación entre Streep y Gummer, madre e hija en la vida real, sino por el siempre solvente Kline y el candor que produce el romance entre Ricki y el guitarrista Greg (la ex estrella pop Rick Springfield). Con un toque extra de acidez en los diálogos, la fórmula Cody-Demme responde a las expectativas. Es sólo una comedia disfuncional y rockera, pero gusta.