Cuando, a principios de los 90, Meryl Streep comenzó a cantar y hacer comedia (gloria a La muerte le sienta bien), se mostró lo extraordinaria que era esta señora que es, al mismo tiempo, una actriz, una persona común y una estrella. Es una de las pocas personas que puede llevar adelante una película cualquiera como si fuera fácil y en casi cualquier género (si el film es malo, sus secuencias suelen valer más que el resto y permiten que uno no se sienta tan estafado). En Ricky... es una rocker que no lo logró, que dejó a su familia y que vuelve para solucionar un problema. El realizador es Johnathan Demme, especialista en mujeres, lo que hace que esta fábula de redención con música de rock (Demme, de paso, es un gran documentalista del género, con joyas como Stop making sense) muestre un costado agridulce e irónico en cada lugar común que le sale al paso. Meryl se divierte con ganas, y cuando lo hace cualquier película sube puntos. Hablan de Oscar para la actriz por este rol y sería justo que, por una vez, lo ganase haciendo comedia.