Esto es lo que soy
Hay argumentos que usamos los críticos y son como un lugar común en piloto automático: por ejemplo, solemos usar como una forma de cuestionamiento el hecho de que una película de tan fragmentaria resulte como dos o tres películas a la vez. Ricki & The flash: entre la fama y la familia es precisamente una película que parece partida al medio y esas dos mitades son, sí, dos películas diferentes. Pero -y siempre hay un pero-, el problema de presentar un relato fragmentario no está en la cantidad de películas que la integran, sino en la cohesión que se da entre ellas. Y Ricki & The flash… no sólo justifica esa construcción explícita, sino que además juega con esos lugares comunes que sostienen su primera parte como una forma de imán para mantener el interés del espectador hacia una segunda mitad donde la emoción genuina irá apareciendo en primer plano y relativizando las convenciones. Pequeño gran film, los nombres de Jonathan Demme, Diablo Cody y Meryl Streep resultan claves.
En esa primera mitad, Ricki & The flash… es un drama convencional sobre una madre ausente que debe hacerse cargo de su hija con problemas emocionales. Obviamente el relato tiene sus particularidades y busca los extremos: la madre es una rockera un tanto en decadencia, que toca en bares para 20 personas (y es muy lindo todo lo que ocurre adentro de ese bar, con una mezcla generacional de públicos que sirve para algunos sutiles apuntes sobre el arte como laburo y forma de subsistencia), mientras el ex esposo es un señor de buena vida, que vive en un barrio privado y tiene modales de señor correcto. El señor correcto y la señora desordenada se reencuentran, chocan, pero tienen que hacerse cargo de la hija en común mientras revisitan de algún modo su vínculo, su pasado y su presente. Sin embargo, cuando pensamos que ese será el conflicto que nos llevará hacia el final, Ricki & The flash… resuelve el asunto más o menos por la mitad, la película por la que fuimos al cine desaparece y todavía nos queda mucho metraje por delante. Ahí, pues, parecería empezar la otra película: una sobre la que no conviene anticipar mucho, pero que demuestra la sabiduría de Demme para trabajar conflictos que tienen a mujeres como protagonistas, que exhibe el buen gusto musical del realizador y que dice las palabras justas eludiendo los lugares comunes que imaginábamos.
Diablo Cody, gran guionista cuya obra mayor fue La joven vida de Juno, gusta de jugar con estos clichés de dramas indies, no para subvertirlos sino para movilizar las emociones primarias de los espectadores pero sin caer en excesos melodramáticos. O en los excesos justos. Y es curioso además cómo, sin caer en el drama social, Cody desarrolla personajes que laburan, clase media-obrera, a los que les permite una dignidad enorme en cómo deciden su futuro. El riesgo de los guiones de Cody es que construyen personajes con tendencia al comentario ingenioso. Por eso es interesante lo que hace el recuperado (y en buena forma) Demme: cuando las escenas parecerían cortar, el director las extiende. Así, el comentario de los personajes no resulta el remate de la escena, sino que adquiere connotaciones más amargas al convertirse en un ruido que impacta contra la más mundana de las existencias: los planos abiertos y de conjunto parecen contradecir el reinado de la palabra en una típica película de guión. Demme, viejo sabio del cine, dosifica la información de modo que el espectador espere una cosa y la pantalla devuelva otra, con el fin de utilizar las convenciones narrativas a su favor.
Y la tercera pata de esta película notable es Meryl Streep, actriz gigantesca a la que no le quedan muchas cosas por demostrar en una pantalla, pero que en Ricki & The flash… nuevamente sorprende haciéndose cargo de una cantante de rock algo decadente: Streep no sólo sabe jugar el juego de la ironía que su Ricki maneja como forma de subsistencia, sino que además exhibe sin exageraciones la amargura que la protagonista esconde y se luce en las escenas musicales. A esta altura de su carrera, la actriz ha logrado una extraña alquimia por la que luce pero nunca al costo de minimizar lo que la rodea: todo lo contrario, a su lado destacan los coprotagonistas (Kevin Kline recupera esa chispa que lo hizo famoso) y la película esconde algunos de sus defectos en el magnetismo de estrella cercana con el que brilla Streep.
Decíamos película notable, y tal vez les parezca una exageración: es un drama sobre segundas oportunidades, sobre padres que recuperan vínculos con sus hijos e, incluso, con una evidente buena onda en la forma en que los personajes se terminan aceptando. “Comedia dramática convencional”, dirá usted y, a lo mejor, tenga razón. Pero Ricki & The flash… es uno de esos films que demuestran el placer artesanal de saber contar bien una historia que ya se ha contado cientos de veces, encontrando aquello que la hace distinguible: es decir, la mejor receta de Hollywood, esa de la que viejos sabios como Jonathan Demme conocen. La grandeza de un film como este se da en la forma en que acepta sus convenciones, pero que a la vez sabe dónde poner el freno. Porque a la hora de resolver sus conflictos, tanto su personaje como la historia, en vez de caer en los discursos altisonantes y las bajadas de línea de los peores dramas lacrimógenos elude todo eso y, de manera sencilla, declara con total honestidad que no tiene nada para decir. Que lo que es, es lo que ven, y que lo que ven es lo que hay. Ricki tal vez no pueda ser mejor madre de lo que es, no puede recuperar el tiempo perdido, pero tiene su música y es lo que puede entregar. Lo único. Y está en los otros aceptar ese regalo. La película, y su personaje, lo dicen con una humildad que desarma.
Al revés de lo que ocurre habitualmente, el film crece minuto a minuto y termina muy arriba. Demasiado arriba. Cuando el cine luce cada vez más agigantado, volver a las fuentes parece una sana decisión: tendría que haber muchas más de estas pequeñas grandes películas por año. Porque es imposible no emocionarse con el viaje de esa madre rockera que, habiéndose hecho a un lado en la vida de su familia, termina encontrando algo cercano a una revelación sobre el escenario, con los suyos, cantando, feliz, paralizando el tiempo. Y, claro, con Bruce Springsteen.