El realismo social y el niño con alas de pollo
“Cada película en contra de la anterior”, parecería ser el lema de François Ozon. Uno de los contadísimos cineastas europeos capaces de mantener el ritmo de una película por año, al realizador de Vida en pareja le gusta pasar de la ambigüedad casi impalpable de Bajo la arena al artificio absoluto de 8 mujeres, de allí al ejercicio policial de La piscina, luego al drama íntimo de El tiempo que pasa y más tarde a la Inglaterra eduardiana de la aquí inédita Angel (2007). Le estaba faltando a Ozon una incursión en el fantástico y ese lugar viene a ocuparlo Ricky, fábula de un chico con alas. Como al realizador también le gustan las rupturas (los soliloquios musicales de 8 mujeres, la narración “hacia atrás” de Vida en pareja, las trampitas argumentales de La piscina), su opus 10 hace chocar el capriccio fantástico con el realismo social. El problema es que ni el propio Ozon parecería saber muy bien qué hacer con eso.
“¿Qué te sirvo?”, pregunta Paco, señalando el pollo que ocupa el centro de la mesa, y Lisa pide el ala. Habrá que esperar un buen rato para verlo como un chiste. Durante la primera media hora o cuarenta minutos, Ricky incursiona en lo que podría denominarse “film familiar-proletario”. El tiempo restante es una suerte de farsa realista-mágica, más motivada –daría la impresión– por la voluntad de experimentar que por una idea clara de para qué. Madre separada, Katie (Alexandra Lamy) conoce a Paco (Sergi López) en la fábrica de cosméticos donde trabaja, y un rato más tarde se están echando un quickie en el baño. De allí a llevar al novio español al departamentito donde Katie vive con Lisa, su hija de 7 años (Mélusine Mayance), un solo paso. Después, los dolores en el bajo viente, la internación y el nacimiento del regordete, a quien un día le descubren unos manchones debajo de los omóplatos. Unas semanas más tarde, los manchones devienen protuberancias, las protuberancias se hacen cartilaginosas y antes del año Ricky estará haciendo chocar el tremendo par de alas contra el cielo raso.
Que en un momento Ricky parezca apuntar al más tortuoso drama de abuso infantil (cuando Katie le atribuye a Paco los moretones del bebé), y que unas escenas más tarde a los clientes de un supermercado se les caiga la mandíbula cuando ven pasar al nene (como si Ricky fuera Baby Superman), revela hasta qué punto la cosa se le va de las manos a Ozon, que según dicen se tomó bastantes libertades con el relato en el que la película se basa (Moth, de la escritora británica Rose Tremain). Como un Cronenberg a medio camino, las alas del nene evocan las bandejas de una pollería, antes que cualquier incursión en la más babeante angelología cinematográfica. Por lo demás, a todos los efectos la película se mantiene fiel al realismo social-familiar. Salvo cuando a la mamá se le resbala la cuerda y el nene levanta vuelo como un globo aerostático, claro. Algo que Ozon parecería observar desconcertado, como si en lugar de factótum de la película fuera un transeúnte más, perplejo pero ligeramente aburrido.