Riddick

Crítica de Gustavo Castagna - Tiempo Argentino

Sin lugar para los débiles

Años atrás fue el policía Max, con el rostro joven de Mel Gibson, el que explorara territorios retro-futuristas en la estupenda saga que marcó la trilogía de Mad Max. Pero desde hace una década le toca al presidiario Richard B. Riddick, ya sumergido en otra trilogía, yendo de planeta en planeta, peleando contra todos y en plan de coronarse como rey de los necromongers.

Si aquel fue el héroe de la carretera, el fornido Riddick encarna al expedicionario desértico que debe huir o reventar a los cazadores de recompensas que se ufanan por su gruesa anatomía. Y Vin Diesel es el actor ideal para este protagónico, funcional como siempre y carismático como un iceberg.
Como viene sucediendo con algunos films recientes, los primeros minutos resultan alentadores por su impacto visual, con el personaje central que enfrenta a algunas alimañas de figuras deformes y que comparte amistad con un can o algo parecido. Allí los efectos especiales se emplean al servicio de la historia, valiéndose de enfáticos colores con preeminencia del rojo y el naranja. Pero aparecen los cazadores de recompensas –bastante parecidos al grupo espacial de Alien 4– que provocan al atribulado Riddick, quien permanece provisto de sus anteojos de grueso calibre. Como si el relato se partiera en dos, otra vez y desde ese momento, Riddick se convierte en un videojuego de última generación o, en todo caso, en una remanida copia de Lara Croft (saga perjudicial para el futuro del cine) o en un conjunto de remiendos emparchados que recuerda a las interminables Inframundo (saga poco feliz para el cine actual). Entonces, chau a las insinuaciones del comienzo, la destreza visual del prólogo, la presentación del personaje central y la lograda empatía de Diesel con el espectador, ya omitidas por una película tan parecida a otras, que al final anuncia una continuación, aun cuando las debilidades del guión no puedan disimular una brutal y salvaje ausencia de ideas originales.