La tensión en Riesgo bajo cero se derrite muy rápidamente
Liam Neeson protagoniza este thriller centrado en una caravana de camiones que deben proveer el equipamiento para rescatar a unos mineros atrapados en el Ártico cuyo nervio inicial deja paso a lugares comunes y una trama con más especulaciones emotivas que aciertos narrativos
Con mucha amabilidad y de entrada nomás, Riesgo bajo cero le brinda al espectador un marco de situación de lo que está a punto de suceder merced una oportuna explicación por escrito: en las regiones más frías de los Estados Unidos y Canadá existen caminos formados a partir de ríos y lagos congelados que pesados camiones recorren con el consiguiente riesgo a que se desmoronen de un segundo para otro. Un arranque muy prometedor.
Pero el entusiasmo dura poco, porque este preámbulo inmediatamente se convierte en apenas una anécdota para lo que vendrá. Enseguida el interés de la trama vira a la sospechosa explosión en una mina, y a la suerte de un grupo de mineros atrapados que morirán si los camiones en cuestión no llegan a tiempo con el equipo necesario para el rescate.
Mike (Liam Neeson) es un chofer de profesión que trabaja junto a su hermano Gurty (Marcus Thomas), veterano de guerra cuyo servicio en Irak le dejó un cuadro de afasia. Una sucesión de circunstancias fortuitas lo lleva a aceptar el trabajo que le propone Jim Goldenrod (Laurence Fishburne), trasladar el gigantesco equipamiento para rescatar a la gente atrapada por la explosión. Se suman al equipo Tantoo (Amber Midthunder), cuyo hermano es una de las víctimas y Tom Varnay (Benjamin Walker), representante de la compañía aseguradora que está a cargo del rescate. Los cinco parten en tres camiones por las carreteras de hielo, con la intención de que, al menos, llegue uno en la ventana de 30 horas que tienen antes de que a los mineros se les termine el oxígeno.
Después lo mismo de siempre: el malo que parece bueno, el bueno que parece malo y el suspenso construido a partir de una carrera contrarreloj repleta de complicaciones. Y es una lástima, porque quedan en el camino a modo de bosquejo algunos tópicos que habrían llevado la narración a lugares un poco más interesantes: la relación entre los hermanos, el contrapunto entre los intereses corporativos y las vidas humanas o el compañerismo entre desconocidos frente a una situación límite. Todos temas que están esbozados, pero pasan rápidamente de largo sin mayor interés por parte de la trama.
Por ahí emergen reminiscencias a El salario del miedo (salvando las distancias, que son tan grandes como las que tiene que recorrer el grupo), y la mano firme del director y guionista Jonathan Hensleigh, que a juicio de trabajos previos como Duro de matar: La venganza y Jumanji, sabe bastante de cómo generar tensión en base a correr de un lado para otro.
Pero más allá de las referencias mencionadas, este thriller protagonizado por un bastante oxidado Liam Neeson es de esos que uno tiene la sensación de haber visto hace más de veinte años. Y más de una vez.
Una película de acción de esperable devenir, y tan matemática en la construcción de su intriga que elude cualquier atisbo de originalidad. Tal vez entusiasme a los más jóvenes, pero para el resto el interés por los acontecimientos se derrite tan rápido como el hielo del camino.