Hoffman brinda bello elogio de la vejez
La bonita Beecham House, nombre que recuerda al director de orquesta Sir Thomas Beecham, de mentada mordacidad, es en esta historia una casa de músicos y cantantes líricos retirados. Ya se sabe, no se retiraron del escenario por puro gusto. Los retiraron sus huesos, los achaques, la paulatina disminución de sus habilidades, el cambiante gusto del público y los balances de boletería. Allí pasan sus largas horas nuestros personajes. Pero nada de melancolía, ésta es una comedia, y ellos la pasan bastante bien, dentro de lo que cabe, cantando, bromeando y hasta bailando.
Se trata de la versión cinematográfica de "Quartet", una comedia teatral de Ronald Harwood, el mismo de "El vestidor", que ha escrito cosas muy buenas para el cine, y también unas cuantas prescindibles, por decirlo de un modo amable, a tono con esta comedia, que es simplemente amable, pensada para lucimiento de un buen grupo de intérpretes, y para placer y esperanza del público, ya que ofrece una visión de la tercera edad como especie de segunda juventud.
Por cierto, el esquema es casi el de una película de esas de adolescentes en un colegio: picardías, autoridades puestas para la broma, la llegada de una nueva, con aires, a la que hay que acostumbrar, la convocatoria a un espectáculo para recaudación de fondos, celos, rencillas, reconciliaciones, etcétera. Sólo que estas criaturas tienen más kilometraje recorrido, mayor cantidad de mañas, y, a veces, mayor cercanía con la decrepitud y la muerte. Pero sólo a veces. Ahí, con el kilometraje y la música elegida, es donde salimos ganando. Porque sus intérpretes están entre lo mejor de la guardia vieja de la escena británica, y sus personajes están concentrados en Verdi. El cuarteto al que se refiere el título original es el "Bella figlia dell' amore", de "Rigoletto". Y el elenco lo encabezan Maggie Smith, Tom Courtenay, Billy Connolly, Pauline Collins y Michael Gamblon, toda gente mayor, en el mejor sentido de la palabra. El director también es mayorcito. Aunque debutante como director de cine, ya ha dirigido algunas puestas de teatro con buenos resultados, y de actuación sabe mucho: Dustin Hoffman.
Es probable que varios aspectos se los hayan manejado el asistente de dirección, el director de fotografía y/o la productora, cosa que suele ocurrir, pero a los intérpretes seguro que los dirigió él, de ahí probablemente que la puesta lleve un tono cercano al optimismo americano de risa franca, más que al refinado humor inglés de suave melancolía que podía esperarse por su origen. No podía esperarse, de todos modos, una pieza como la lejana "Pensión de artistas". Tampoco alcanza el equilibrio de sonrisas y aflicciones de "El exótico hotel Marigold" (también con doña Maggie Smith) o el sugestivo y doloroso final de la graciosa "¿Y si vivimos todos juntos?", pero tampoco era la intención alcanzarlos. Se disfruta, se pasa el rato, la gente escucha buena música aunque sea con arreglos, y sale contenta.
Para su obra, Harwood se inspiró en un lindísimo documental del suizo Daniel Schmid, "Il baccio di Tosca", sobre los deliciosos habitantes de la Casa Verdi, de Milán, ninguno menor de 80 años, y todos de buen humor y notable afinación, también dentro de lo que cabe.