Retomando los personajes de su primer largo en solitario, el realizador Carlos Saldanha decide redoblar la apuesta gráfica aunque no invierta demasiado en historia. Pero la verdad es que no hace demasiada falta: algo bueno se logró y es que los personajes vivan por sí mismos, que nos parezcan interesantes y queramos seguirlos sin importar a dónde vayan.
En este caso, la película es la historia de la familia de Blue (él, su pareja y sus hijos) en viaje por el Amazonas. El primer contraste es –nuevamente– entre lo urbano y lo selvático. Luego aparece el suegro de Blue, que es en sí mismo un gran personaje, y en base a estos elementos se construye una trama que, si bien previsible, no deja de atraernos durante todo el metraje.
Porque la cuestión no es qué se narra sino cómo, y Saldanha y su equipo han decidido redoblar la apuesta humorística e inventar todo lo posible en el campo de lo visual. Uno de los grandes triunfos de la película –que en otros sentidos es ligera y liviana como una pluma– consiste en la inventiva, en contagiarnos el ritmo con secuencias diseñadas especialmente para ser vistas en 3D, como si la nueva tecnología redescubriera el viejo musical.
Son momentos al mismo tiempo cómicos y abstractos, donde la emoción proviene de la pura forma, y los que realmente justifican el film. Hay además bastante humor “para adultos” (una asignatura obligatoria en la animación de hoy) pero es casi un agregado cosmético. Lo mejor es el color.