Entonces navegar se hace preciso.
Río Mekong, trata acerca de los refugiados laosianos y camboyanos que llegaron a nuestro país en 1979 gracias a Naciones Unidas, intervinientes en aquel convulso episodio de la guerra civil en Laos. Y en la voz de miles de refugiados se refleja el testimonio de Vanit Ritchanaporn, por entonces un fugitivo entre cientos, cuando era apenas un adolescente. El gesto de cobijo por parte del gobierno de turno (la sangrienta dictadura encabezada por Jorge Rafael Videla) se interpreta más como un a puesta en escena culpógena en pos de lavar propias culpas en pleno terrorismo de estado, que como una sincera apertura a dar reparo a estas familias en pleno conflicto armado.
Hoy en día, en la localidad bonaerense de Chascomús, sobrevive la comunidad laosiana más numerosa de Latinoamérica. Es inevitable escuchar esos testimonios y sentir en carne propia el desarraigo que lleva a descubrir a través de estos seres una nueva realidad, un nuevo insertarse en la sociedad y también una forma de vincularse con sus pares aquí. De esta manera, pasado y presente dialogan conformando una pintura acerca de una coyuntura que moviliza a sus protagonistas, integrantes de una comunidad que ha aprendido a resignificar la pertenencia y su propio destino, a la fuerza.
Relato pequeño y austero, Río Mekong se adivina como un descubrimiento auténtico de aquella realidad que desconocemos por completo. Se sabe, extraño resulta aquello que no nos resulta cotidiano. A fines de los ’70, casi 300 personas arribaron en aquel contingente y la gesta se volvió cuesta arriba cuando debieron formar su propio camino ante el desamparo gubernamental. En el caso de Vanit, su aventura constituyó un errante itinerario por diversas provincias argentinas (desde La Pampa a Misiones, y de allí hacia la Patagonia), donde el mantener vivo el recuerdo de las propias tradiciones funcionó como un talismán de supervivencia en este cotidiano resistir desde el exilio.
El documental intercala entrevistas con narración en off e imágenes de archivo, en pos de rescatar la imagen de la lucha inclaudicable con el objetivo de afianzar un futuro digno. Es por este motivo que Rio Mekong no carece de nostalgia, basta observar las marcas culturales que conforman esas huellas desdibujadas. Intentar camuflarse bajo una nueva tesitura, en tiempos donde el vértigo de las ciudades lo devora todo, es la única forma de sostenerse entre tan vitales ausencias. Los realizadores Leonel D'Agostino, Laura Ortego encuentran en aquella anécdota colectiva de este grupo de inmigrantes que sufriera una huida injusta, una digna forma de dar voz a quienes no la tuvieron, haciéndose eco de un cine documental comprometido con lo social.
El desarraigo de un héroe anónimo se conforma como el relato definitivo del naufragio de un hombre, a las puertas de su renacimiento desde los mismos cimientos para hacerse un propio nuevo mundo, lejos de su hogar. Allí donde se deja lo que se perdió, cuando no se quiere partir para no quebrar esa esencia interior, pero resulta instinto de salvación. Vanit refleja dicha quimera, cuando pertenecer se convierte en un lugar sin dirección, en donde buscar un sentido para seguir, porqué vivir.