Hay gente tan sencilla que nadie imagina la vida de novela que ha llevado. Siendo adolescente, Vanit Ritchanapor conoció los ecos de la guerra y el avance de las tropas comunistas en su aldea laosiana, vio demasiados cadáveres flotando por el río, y una noche, sin poder avisarle a su familia, y a riesgo de ser muerto, se animó a cruzarlo nadando hacia Tailandia, un río ancho, correntoso, vigilado. Ese fue apenas el comienzo de su aventura.
Cómo llegó a la otra orilla, y más tarde cómo llegó al otro lado del mundo, con el nombre cambiado e integrando una falsa familia, y cómo tuvo que empezar y volver a empezar tantas veces en este país de crisis periódicas, y aún así pudo sentar plaza, formar familia, sentirse tan argentino como sus hijos, y reencontrarse al fin con su madre, ya viejita, todo eso, y algo más, cuenta este documental, el primero que se estrena sobre los
inmigrantes laosianos en esta tierra. El hombre va contando su historia, no necesariamente en orden cronológico, mientras vemos sus
trabajos cotidianos, la Fiesta del Inmigrante en Chascomús, que él conduce, y la ceremonia religiosa en las afueras de Posadas, donde sus paisanos están haciendo una enorme estatua de Buda, acaso la más grande del Cono Sur. Así también habrán levantado sus iglesias nuestros abuelos, al mismo tiempo que forjaban un país. Autores, Laura Ortego, fotógrafa profesional, y Leonel D’Agostino, guionista de buenas películas y miniseries, ambos egresados de la Enerc, la escuela pública del Incaa, siempre en peligro de reducción.