Nostalgia y tradición
Vanit llegó a la Argentina en el año 1979, tenía 16 años, mucho miedo y nada por perder. Habiéndose escapado de Laos, cruzando el río que da nombre al film y llegando a Tailandia, el joven fue parte de una estrategia del gobierno de facto de Videla para “limpiar” su imagen trayendo a familias de Asia, albergándolas y dándoles trabajo y vivienda.
Pero al ingresar al país, estos refugiados, incluido Vanit, se dieron cuenta que las promesas no se iban a cumplir, y del total de migrantes que originalmente llegarían desde Vietnam, Camboya y otros territorios de esas latitudes, las 293 personas arribadas debieron armar su propio camino sin el amparo prometido, y mucho menos, parte de las cosas ofrecidas.
Vanit avanzó por su propia cuenta, primero localizándose en La Pampa, luego en Misiones, más tarde en el Sur, y luego nuevamente en Misiones, con eternas crisis económicas que fueron condicionando sus progresos, y en ese condicionamiento, el aferrarse a sus recuerdos y mantener vivas sus tradiciones fueron la parte fundamental, y necesaria, para continuar con esperanza. Vanit es sólo una parte de ese grupo, en el que también está su familia y otros refugiados y sus descendientes, los que configuraron un espacio de resistencia y tradición alejados de sus lugares de orígenes.
Leonel D’Agostino y Laura Ortego acompañan a Vanit en su adultez, junto a su familia, ahora instalados en Chascomús, y con la convicción de mantener vivos los recuerdos sobre algunas viejas costumbres que le permiten potenciar su memoria, pero también, lo hacen bucear en el pasado para comprender cómo un capricho, por parte del gobierno militar, cambió la vida de un grupo de personas en nuestro país. Mezclando la entrevista tradicional (3/4 hacia cámara), la narración en off, las imágenes de archivo y la expectación sobre la familia, Río Mekong (2017) organiza un fresco sobre la comunidad laosinana en Argentina, su búsqueda de progreso, su lucha, y la pasión con la que perpetuaron en el país algo más que un recuerdo.
Río Mekong habla de la lucha y el esfuerzo sobre la nostalgia, de cómo, sin nada, hombres y mujeres trazaron su propio camino. Así, por ejemplo, podremos ver cómo una de las hijas de Vanit, Nicole, occidental por cierto, con costumbres locales y otras milenarias (como el baile), participará de un festival de colectividades en el que intentará coronarse como reina, a pesar de lo banal del certamen.
Vanit hace lobby para que su hija gane, atraviesa discursivamente a cada uno que se encuentra, porque en el fondo sabe que para seguir manteniendo vivo el recuerdo de su pasado, es esencial comenzar a conquistar el presente desde otro lugar. Y en el contraste entre Vanit y Nicole, se marca el paso del tiempo, y la mezcla entre una cultura que vive del pasado y otra que se amalgama y convive con muchas tradiciones sin pensar en que en la alteridad configurada se percibe un nuevo orden cultural.
Río Mekong va más allá de la anécdota, logrando potenciar su arranque a partir del carisma de los protagonistas, a los que “exprime”, en el buen sentido de la palabra, para hablar de la identidad, el desarraigo, el dolor, la mentira, pero sobre todo, de la fuerza del hombre para reinsertarse, renacer, cual ave fénix, y comenzar de cero un nuevo camino a pesar de todo.