Dos policías del más allá (sí, seamos redundantes, de eso se trata) son enviados a impedir que almas que no quieren pasar a mejor vida nos arruinen la nuestra. Y eso, nada más que eso con escenas de acción más o menos a reglamento, la inexpresividad cercana a la parálisis de Ryan Reynolds y, por suerte, el señor Jeff Bridges, que comprende que todo esto es una pequeña locura y la toma con la amabilidad y las ganas de jugar que corresponden. Desgraciadamente, es el único que se da cuenta de cómo enfrentar esta pequeña fantasía.