Una producción como “Ritmo perfecto” tiene un target al cual va dirigido, seguramente con claras intenciones de convertirse en un producto que pueda retro-alimentarse. Es como todo en la industria más industrial del cine, una buena idea dispara quinientas parecidas. Alguna sale bien.
También es cierto que sólo en Estados Unidos puede generarse un escenario tan propicio y repetido como las universidades para desarrollar una historia. No hay género que no haya incurrido en estos sets, y habría que ver cuantos actores de habla inglesa, novatos o consagrados, no pasaron por alguna fachada, escalera, aula, salón de actos o noches de egresados para decir algún diálogo.
La universidad, pero sobre todo el conjunto de seres que la habitan, es parte fundamental de la cultura muy arraigada en la confección y manufactura de la idea del sueño americano. Es de esperar entonces que los veamos veinte veces por año. Por lo que nos cuentan desde el país del norte, la universidad, en términos culturales, funciona como un tamiz. Una suerte de colador sobre el cual sólo quedan los que la sobreviven. Allí se genera el deseo de pertenencia muy por sobre el derecho de la misma dado que, la posibilidad de “pertenecer a” la tienen o la detentan unos pocos: La rubia bonita o el fortachón fachero que por carácter transitivo se convierten en portadores de los pares de medias a ser lamidos por el resto para poder decir “ando con fulano o soy del grupo de mengana”.
¿Quiénes quedan “afuera” según estos cánones? Los que, precisamente, van a estudiar. Los nerds (en Argentina, “tragas”). Usualmente chicos muy flacos y desgarbados, o con un importante sobrepeso, peinado al agua, camisa a cuadros suelta o remera de Star Trek y, por supuesto, anteojos culo de botella y/o mucho acné. Por cierto, su capacidad intelectual es superlativa lo cual va en desmedro de sus chances de perder la virginidad. Los empujan, los golpean, les roban la plata del almuerzo, les pinchan las ruedas de la bicicleta, etc. Siempre por un montón de facinerosos con buzo del equipo de fútbol americano, o por cinco pibas rubias preciosas cuyo futuro es fácilmente imaginable.
Así lo vive la gente y así lo muestra el cine de Estados Unidos. Desde “Monsters university” para atrás pasando por “El graduado” (1968), “Carrie” (1976) “American graffiti” (1973), “Scream” (1993), “La sociedad de los poetas muertos” (1989, en la tele con “Buffy”, “Glee” o “Fama” (la lista es infinita). Todos géneros distintos, pero con el mismo escenario e idénticos estereotipos.
Sin ahondar mucho en el análisis sociológico del asunto, porque es tema para muchos años, estoy en condiciones de afirmar que nada de eso cambia en “Ritmo perfecto”. Los estereotipos están intactos pero llevados a un plano que roza con la parodia, lo cual hace que resulte una comedia con cierta frescura.
Todo comienza con un duelo entre banda de chicos vs banda de chicas en el marco de un concurso universitario anual. El enfrentamiento no es violento sino con canto a capela y una leve coreografía (propuesta tomada mayormente de la serie “Glee”). El concurso es seguido por dos comentaristas que funcionan al estilo de los viejos criticones de Los Muppets, ya que nunca sabremos para qué o para quién trabaja. Algo falla y “Las Belles” pierden por bochorno.
Todo vuelve a empezar cuatro meses después, al inicio de clases con los grupos tratando de reclutar nuevos talentos para el canto y así volverse a enfrentar. Obviamente conoceremos las historias de los dos o tres personajes que vienen a romper el molde. (¿Se nota que no quiero revelar mucho de la historia? Es que perdería la poca sorpresa que tiene)
Jason Moore, un director de TV que conoce mucho el paño de lo que funciona y en qué público impacta, realizó una producción centrando la atención fundamentalmente en los talentos para el canto, mechados con dos o tres talentos para la comedia. La música es el elemento principal y el catalizador de los conflictos. Obviamente estamos frente a un elenco funcional a lo que pide el argumento: buenas voces, movimientos, alguna característica distintiva. Actores y actrices que bien podrían haber salido de “Camino a la fama” o “American Idol”, acaso las dos mayores productoras de talentos prefabricados.
Todo metido en un guión básico donde todos tendrán su oportunidad de brillar. “Ritmo perfecto” cumple con lo que es, admitiendo en su texto que no intenta descubrir la pólvora, sino usarla para ser un producto adolescente y entretenido. No pida más… pero no busque menos.