El plato preferido de los Parker
Este film de Jim Mickle es de "terror canibalístico", ya que una familia poco convencional se sumerge en el dolor ocasionado por una muerte. Climas, planos extensos y aires a los mejores exponentes de décadas pasadas.
La mesa está siempre bien servida en la casa de la familia Parker, el padre, dos hijas y el pequeño hermano que cargan con la reciente muerte de la mamá. Parece que la comida proviene del sótano de una casa gris y sin colores fuertes, dirigida por un padre luterano y ultracreyente, que actúa con mano dura y mirada controladora a sus tres hijos.
Una película como Ritual sangriento, dentro del terror canibalístico, resulta interesante no sólo por aquello que muestra sino también porque se aparta de ciertas reglas genéricas de los últimos años. Probablemente la narración retarde los momentos álgidos –que no son tantos, pero que aparecen en la segunda mitad–, dedicándose a describir a una familia poco convencional, buceando en los rituales de un clan sumergido en el dolor ocasionado por una muerte.
En ese segmento, Jim Mickle cuenta sin demasiada prisa la extraña convivencia de un grupo que alarma al resto de los habitantes de un pueblo que parece salido de un cuento infantil en versión asordinada y rigurosamente descriptiva, donde los personajes susurran en lugar de enfatizar sus pesares familiares. Son esos momentos en que Ritual sangriento parece un film de los años '70, inclinándose por la descripción de caracteres y de pequeñas situaciones, sustituyendo al trazo grueso y el efecto gratuito.
Pero como siempre ocurre, un intruso –el pretendiente de una de las chicas– actuará como detonante de la historia, convirtiéndose en el plato preferido de la familia Parker.
Ritual sangriento es una película de climas, de planos extensos que no necesitan del movimiento frenético de la cámara, donde el tiempo parece suspenderse por los hábitos de una familia nada normal. La permanente vigilancia de papá Parker, el llanto interior de las dos hijas y la mirada resignada del pequeño de la familia, junto a una puesta en escena que elige la voz tenue antes que el gritito histérico que identifica al género en su vertiente teen, convierten a la película en una bienvenido ejemplar demodeé, acaso no definitivamente logrado, pero que recuerda a los mejores exponentes de décadas pasadas.
Un plus: la presencia secundaria de Kelly McGuillis, aquella musa de los años '80 de Reto al destino.