Perdido
Ritual (The Ritual, 2017), la primera película en solitario del realizador británico David Bruckner (Las crónicas del miedo), desarrolla ideas ligadas al cine de género, en el que ha forjado la mayor parte de su carrera, pero principalmente explota el drama psicológico y el cine de supervivencia en un escenario hostil para su protagonista.
La película bucea en Luke (Rafe Spall) y su grupo de amigos de toda la vida, un conclave que hace del ocio y la ronda de tragos un estilo de encuentro, y que evita sumar responsabilidades y obligaciones. Mientras planean su próximo viaje en conjunto, unas desprejuiciadas y casi adolescentes vacaciones, un hecho inesperado y trágico quebrará la intimidad y tranquilidad del equipo.
Lo que en una primera instancia se plantea como un film que reposará la mirada en la noche y algunas costumbres de entretenimiento, deparará en un viaje hacia el encuentro de los amigos consigo mismo, algo que tal vez sea fatal para ellos, o que, como en el caso del protagonista, sea casi liberador.
David Bruckner da con Ritual un salto cualitativo desde sus primeras experiencias, películas de género menores, que en el espíritu clase B fundamentaban el verosímil y fortalecían su pertenencia al género con resoluciones obvias y clichés. El principal riesgo que asume el director, no sólo es crear atmósferas y climas, e independientemente de otras decisiones que complementen elecciones sobre puesta e imagen, sino posicionar la clave del film en su protagonista, un camaleónico actor que ofrecerá el tono y tempo narrativo.
Rafe Spall (La gran apuesta, UUna aventura extraordinaria, Prometeo) es un jugador todo terreno, y se adapta a los cambios de género y registro que Ritual propone. Si en la primera parte se muestra como un adulto con imposibilidad de madurar, en la segunda se revela como un poderoso líder de travesía que deberá dejar de pensar en sí mismo para alcanzar una escapatoria a la imposible situación que les tocó vivir.
El director avanza en la adaptación del best seller de Adam L. G Nevill, con una propuesta que refuerza la idea de falso documental por momentos, con movimientos rápidos de cámara y una composición que ubica la puesta casi espiando a los actores, y que prefiere, en la segunda parte del relato, apelar al terror desde la reiteración de situaciones (el hecho que desencadena todo, de diferentes maneras) y contextualizar, en la inmensidad de los escenarios naturales, los miedos de los protagonistas.
Esa utilización de la naturaleza como contexto, también es aprovechada como recurso cinematográfico, convirtiéndola en el fuera de campo, y, desde aquello que no se muestra, y que se esconde en el bosque, potenciar la paranoia de los personajes, sumado a la utilización del sonido como refuerzo de los climas, que terminan por configurar la materia prima y motor de la narración.
Si por momentos David Bruckner cae en estereotipos y lugares comunes, en la búsqueda del miedo por sorpresa, es porque tal vez la fuente en la que se basó para construir su historia no sea lo suficientemente potente para mantener la tensión hasta el desenlace. Y si bien en el recorrido suma resoluciones que resienten el tempo, y que debilitan la continuidad con aquel arranque poderoso tras el incidente que desencadena absolutamente todo, Ritual demuestra su madurez narrativa y su intento de construir algo diferente para su carrera en solitario.