Código flecha rota.
Pareciera que fue apenas ayer cuando Ridley Scott hizo su mejor intento, llevando el relato del ladrón de los bosques de Sherwood a la pantalla grande con Russell Crowe como punta de lanza (o flecha) en la versión 2010 de Robin Hood. En nuestro 2018 los grandes estudios parecen igual de perdidos que hace ocho años respecto de cómo insuflar nueva vida a la historia del hombre que robaba a los ricos para dar a los pobres, y Robin Hood (2018) lo deja en evidencia durante gran parte de su metraje.
En esta ocasión es Taron Egerton, conocido por la saga de agentes secretos Kingsman, aquel que toma la capucha, se calza el arco al hombro y le pone el cuerpo a Robin de Locksley, el joven de la alta sociedad inglesa que es enviado a luchar en las Cruzadas, tan solo para volver a su tierra y darse cuenta de que ha perdido todo a manos del malvado Sheriff de Nottingham, quien cada vez aprieta fuerte la soga sobre el cuello de la plebe. Es así como Robin se convierte en un paladín justiciero que roba a los ricos para dar a los pobres… aplicando un poco de redistribución anárquica.
Esta vez la persona detrás de cámara es Otto Bathurst, un hombre traído de la pantalla chica con colaboraciones destacadas en series como Peakly Blinders y Black Mirror, si bien su prontuario en la pantalla grande es prácticamente nulo. Su enfoque intenta ser posmoderno, con explosiones, escenas de acción que abusan de la shaky camera y una estética cuyo estilo tiene similitudes y varias cercanías con la última reelaboración de la saga del Rey Arturo del año pasado, titulada precisamente El Rey Arturo: La leyenda de la espada (King Arthur: Legend of the Sword, 2017).
El inicio, con una voz en off que nos dice “olvidate todo lo que viste antes, olvidá lo que ya sabés”, funciona más como una alarma para el espectador que una recomendación amable, dando a entender que vamos a pasar los próximos 126 minutos frente a una obra que abiertamente nos cuenta sus planes de tomarse más de una licencia. No nos malinterpreten, recibimos de brazos abiertos aquellas obras que aceptan el desafío de reformular lo archiconocido, pero cuando ello se lleva a cabo con tan poca imaginación o inventiva, se vuelve blanco de cuestionamientos respecto de cuál es su sentido de ser. Así, nos preguntamos con qué motivo se vuelve a contar lo misma historia si el relato no tiene novedad alguna que aportar.
El ganador del Oscar Jamie Foxx interpreta a John, el moro o “pequeño Juan”, como solemos conocerlo por estos lugares. Elección curiosa la de reciclar un personaje que no forma parte del canon sino que apareció por primera vez en una versión de la televisión británica de los 80 y de ahí fue tomado por Robin Hood: El príncipe de los ladrones (Robin Hood: Prince of Thieves, 1991), donde lo interpretó Morgan Freeman. ¿Sabrían esto los productores de la obra actual?
Algo interesante de esta nueva adaptación es el rol dual de Robin Hood: por un lado crea lazos de confianza con el Sheriff de Nottingham, haciéndole creer que es simplemente otro burgués aportante a su causa, y por el otro roba el dinero del reino bajo su alter ego de Robin Hood. Un proceder que, salvando las distancias, guarda algunas similitudes con la dualidad Batman/Bruce Wayne del universo superheroico. Es una lástima que esta veta argumental no haya sido explotada más allá de los requerimientos básicos del guión. Si de algo sirve todo esto, es para consolidar a Ben Mendelsohn como el villano mainstream por excelencia de esta década.
Dentro de los intentos más marcados en pos de traer aire nuevo al remanido relato está el outfit urbano de Robin Hood, con capucha y pañuelo, aunque más que ocultar su identidad nos recuerda a cierto personaje con poderes de hielo del Mortal Kombat. Así de difícil es encontrarle aspectos positivos a la nueva Robin Hood, una producción que aborda el clásico pero no parece convencerse ni siquiera a sí misma de que su empresa valga la pena. Incluso su talentoso reparto (con breve participación de F. Murray Abraham incluida) no logra impedir que el film se vuelva un naufragio más en ese mar interminable de reboots, remakes, precuelas, secuelas y spin-offs que hoy inunda las salas.