Una versión pop del justiciero de los desposeídos.
Ciento de veces hemos visto en la pantalla grande la leyenda de aquel forajido inglés del medioevo, que impartiendo justicia por mano propia defiende a los pobres y oprimidos, racionando por igual la fortuna de los más ricos. Su virtud, el arco; su refugio, el bosque de Sherwood. Si, nos referimos ni más ni menos que a Robin Hood.
Esta nueva reversión de Otto Bathurst nos trae a un Robin pop, bastante alejado de lo señorial y lo clásico, con flechazos más cercanos a las armas de fuego. Aquí Robin de Loxley (Taron Egerton) es un noble de la comunidad de Nottingham, que vive sus días haciendo pastar caballos, hasta que conoce a Marian, una joven plebeya de quien se enamora perdidamente.
Todo viene de novela hasta que a Robin es llamado a combatir en las cruzadas. En medio de la guerra descubre otra realidad, y al ver como su gente somete al enemigo de modo brutal, decide ayudar a John, un árabe que se encuentra a punto de ser ejecutado. Destituído del frente, vuelve a su hogar en donde se encuentra que ya nada es como antes.
Él fue dado por muerto, sus posesiones están confiscadas por el sheriff de Nottingham y su mujer se encuentra con otro hombre; peor imposible, encima el pueblo está hambreado y cada vez paga más impuestos al clericado corrupto, con el pretexto de la guerra. Por lo que Robin asumirá una nueva identidad, para con sus dones de arquería (y ayudado por John), logre distribuir dinero y justicia a la comunidad.
Nos encontramos ante una reinterpretación un tanto básica, que apunta por completo a un público juvenil. Alejada de toda lectura política o existencial, se centra totalmente en la acción. Las secuencias de este estilo son espectaculares; las flechas van y vienen, a veces apelando al recurso del ralentí, con suma precisión. Se nota que el director acude al concepto del superhéroe contemporáneo para delinear el personaje principal: antifaz, capucha y el arma, en defensa de la humanidad.
Quizá en este sentido resida lo más endeble de la cinta: el marco histórico es el del medioevo con cruzadas y cristianos poderosos al mando, pero la estética (más allá de la ambientación) y las formas de accionar son modernas, hay una especie de anacronismo no funcional. Por otro lado, está el típico enfrentamiento con el mal; las motivaciones de los personajes “malos” al ser tan clichés quedan desdibujadas. Rostros perversos, ansias de dominio, como si no hubiera nada humanidad en ellos, solo ganas de perjudicar. Una especie de maldad suprema irracional. Nos encontramos ante un Robin Hood millennials, adaptado a nuestros tiempos, con buenas actuaciones pero ninguna novedad.