Otra película de Robin Hood, y van…
Ese no es el problema y es más que lógico que se sigan haciendo reinterpretaciones sobre uno de los personajes ficticios más populares de todos los tiempos.
El problema es que hace rato que no le encuentran la vuelta. Tal vez el público ya se agotó de esta leyenda.
En esta oportunidad se intenta modernizar al personaje en todo sentido, y bajo todo concepto.
Taron Egerton, a quien conocemos de la franquicia Kingsman, es quien encarna al héroe. A priori, le da un aire más juvenil y menos solemne.
El actor personifica todo lo que está mal con la película: no le creés en ningún momento, ni a él ni a su entorno.
Es raro, porque supuestamente se trata del medioevo, de Las Cruzadas, pero lo que vemos es artificio moderno.
El vestuario es lo que más desconcierta. En todo momento parece que nos encontramos en un desfile con exhibiciones de diferentes diseñadores de moda.
No hay modo que las prendas que llevan los protagonistas no te saquen de sintonía y arruinen el poco verosímil que hay.
Lo que levanta esto son las grandes secuencias de acción y peleas.
El director inglés Otto Bathurst, quien viene de larga data en la tv, ofrece una opera prima entretenida y ambiciosa. Pero resulta ser una más del montón.
Es un buen espectáculo visual pero vacío. No nos importan sus personajes ni su historia.
En cuanto al guión, tiene una interesante vuelta de turca para no repetirse demasiado con las anteriores interpretaciones.
De ahí sin dudas lo mejor es el personaje de Jamie Foxx, una amalgama de más de uno de los protagonistas legendarios de Robin Hood, y que le aporta un poco de frescura y dramatismo. Pero solo un poco.
Termina la película y te olvidaste. Lo que más resuena en tu cabeza es el inentendible vestuario, y alguna que otra batalla.
Si no viste ninguna película de Robin Hood, tal vez esta te guste un poco más. Pero los más veteranos encontrarán un espectáculo visual vacío.