Robin super star
Inspirado en el clásico relato capturado de la cultura oral popular, que luego se convirtió en una infinidad de libros, obras teatrales y películas, la nueva adaptación de Robin Hood (2018) es una propuesta que intenta innovar con elementos visuales y técnicos, pero que no termina de cerrar por ningún lado su identidad.
Acercando al personaje al universo de los superhéroes, presentándolo como tal (de hecho los títulos finales son viñetas casi copiadas de las películas de Marvel), con habilidades y su “identidad secreta”, sus transgresiones al original (cambio de color de los protagonistas, por ejemplo) y una búsqueda narrativa que potencia escenas de acción y efectos visuales, hacen que el relato termine convirtiéndose en una absurda puesta al día para el público más joven.
El realizador Otto Bathurst (Margot) debuta en el cine de acción desandando los pasos de este noble (Taron Egerton) que ve truncado su futuro al ser parte de un siniestro plan en el que la propiedad y el dinero sólo son utilidades que el malvado de turno (Ben Mendelsohn) quiere.
Habiendo participado de las últimas cruzadas terminará una temporada exiliado, lapso que le hará perder sus bienes, su mujer (Eve Hewson), quien encontró en otros brazos refugio (Jamie Dornan) y la posibilidad de tener influencia en las decisiones gubernamentales. Aliándose con otro fuera de la ley, Juan (Jamie Foxx), decidirá volver para no sólo vengarse sino, principalmente, para hacer justicia y evitar que los lugareños sigan perdiendo lo poco que tienen en manos del tirano sheriff.
Robin Hood está dividida en dos instancias, una primera en la que las expediciones para terminar con las amenazas se narran a modo de película bélica, con escenas envolventes que atrapan sin dejar distanciamiento al espectador, y en donde las flechas toman el lugar de las balas y bombas, en un segundo tramo primará el interés por hiperbolizar al personaje con un halo místico de héroe de comic.
Entre esa primera parte, y la segunda, se confunde el interés por el personaje, privilegiando, por ejemplo, algunas escenas con movimientos y aceleramientos, ausencia de diálogos, e injustificados giros de la trama, que se desvanece ante cualquier avance de Robin como protagonista absoluto de la historia. De hecho lo único que hace el guion es presentarlo como un “canchero”, preocupado por la moda y que prefiere robar para no hacer nada en su vida.
Así, por citar otro mecanismo escogido, se le otorga a Juan (Foxx) un mayor destaque, decidiendo que el regreso de Robin Hood no importe más que la pérdida del hombre que asistirá al joven ladrón de ladrones. Hacia el final todo se precipita, y se comienza a urdir un gigantesco relato que no ata cabos sueltos, que prioriza la imagen y la velocidad de resoluciones para interpelar a aquellos espectadores que se acercan por primera vez al mito, sin reflexionar sobre los motivos que lo llevaron a ese lugar.
Tal vez por la débil estructura narrativa que se presenta, por las exageradas interpretaciones, por decisiones de modificar conflictos, o, simplemente porque no encuentra el tono justo y adecuado para la propuesta, Robin Hood se termina transformando en un ejercicio innecesario de aggiornamiento, un caramelo visual aburrido y sin sabor, perdiendo la esencia del protagonista, un ser fuera de la ley que encuentra en sus ideales la posibilidad de transformar la situación de los ciudadanos trabajadores, robándole a aquellos que sólo desean el poder para aumentar sus riquezas personales.