Soy leyenda
Experto en épicas históricas (1492: La conquista del Paraíso, Gladiador, Cruzada), Ridley Scott se ocupa ahora de recuperar un personaje legendario como el de Robin Hood.
En verdad, la película es una suerte de "precuela", o mejor, la historia del personaje antes de convertirse en el célebre outlaw, en el fugitivo/bandido/justiciero/héroe popular que sembró el terror de ricos y poderosos en los bosques de Sherwood.
Robin Hood es aquí todavía Robin Longstride, un arquero del ejército del rey Ricardo Corazón de León (Danny Huston) que regresa con más pena que gloria de las Cruzadas por Tierra Santa. Luego de asolar pueblos y arrasar castillos, el mandatario muere en combate. Robin y sus secuaces logran rescatar la corona que había sido tomada por el cruel Godfrey (Mark Strong), un espía al servicio de los franceses, y se hacen pasar por caballeros para regresarla al castillo real en Londres.
El nuevo rey es Juan (Oscar Isaac), un torpe, patético, prepotente, despiadado, tiránico, traicionero y codicioso líder que lleva a Inglaterra al borde de la guerra civil entre fines del siglo XII y comienzos del XIII con el creciente ahogo impositivo que genera para pagar las deudas de tantas aventuras bélicas y que dispara la ambición expansionista de Felipe de Francia.
Como en toda buena (y algo previsible) épica, hay aquí espectaculares escenas bélicas de masas a-la-Corazón valiente, algunos chispazos de humor y una subtrama romántica entre el Robin de Russell Crowe (un convincente actor físico para este tipo de tanques) y la bella Marion (Cate Blanchett). Como siempre, hay también un veterano sabio (y en este caso además ciego) a cargo del veteranísimo Max Von Sydow.
Cine de alto impacto y entretenido, aunque también elemental (con bastante lugar común) y construido sin demasiada sutileza, Robin Hood tiene los méritos y falencias que podían preveerse. En este sentido, cumple en todo sentido con lo que promete.