¿Y dónde está Robin?
¿Se puede hacer una película aburrida, con un personaje que es un canto a la anarquía y al instinto libertario? ¡Si! Ridley Scott y Rusell Crowe pueden volver aburrido, solemne y careta cualquier cosa que toquen.
No es que el director británico filme mal, es que es irremediablemente conservador no sólo en sus ideas políticas -que sería lo de menos al fin y al cabo el mismísimo John Ford era bastante facho-, Scott es conservador desde sus planteos estéticos que aparecen una y otra vez en sus películas, ya sea que traten del imperio Romano, las cruzadas o como en este caso, las aventuras de Robin Hood.
El planteo es siempre el mismo, “contar la verdad” y olvidarse de la leyenda. En ese plan, Robin Hood deja de ser un héroe de los humildes para pasar a ser un mercenario de los señores feudales hartos de pagarles impuestos al rey. Marin deja de ser una chica virginal, hija de uno de esos caballeros feudales para pasar a ser una heroína de armas tomar. Donde había espíritu libertario y ansias de libertad, Scott pone ideas librecambistas y enojo por la opresión estatal. ¿Los pobres? Están para hacer número pero no para mucho más.
Con esta nueva visión, el personaje deja de ser simpático, la historia de amor deja de emocionar y nada termina por importarle demasiado al espectador. El Robin Hood de Scott-Crowe es un fiasco más de Hollywood.