Si vas al cine a ver Robin Hood esperando encontrarte con la historia de aquel jovencito portador de un excelente dominio del arco y la flecha, que les robaba a los ricos para darle a los pobres tendrás una gran sorpresa cuando veas la última producción de Ridley Scott. Pero el cine está hecho de sorpresas y de darnos lo imprevisible. Lo que, justamente, no esperábamos. Sino, no habría gracia.
Lo que pasa en esta ocasión es que, al buen estilo de Hollywood, se puso toda la carne al asador y nos construyen un Robin (que aún no es Hood) en grande que, casi sin fundamento, es convertido en una especie de líder de un ejército y participa de en batallas inmensas y espectaculares. Mucha flecha, mucha lucha, mucha grandilocuencia, como les gusta a los americanos.
Ésta vez se cuenta el origen de aquel mito. Robin Longstride (Russell Crowe) es un excelente arquero, perteneciente al ejército del rey Ricardo Corazón de León (Danny Huston). Debido a la muerte de éste, Robin emprende, junto a otros compañeros, el regreso a Inglaterra tras haber luchado en las Cruzadas por Tierra Santa. Una casualidad hace que se encuentren en el camino con un grupo de caballeros ingleses heridos y decidan hacerse pasar por ellos y llevar la corona del rey de nuevo a Inglaterra.
Ese episodio hará que Robin tome una nueva identidad. Diferentes desafíos comienzan a presentársele en el camino. Y el Robin Hood, combativo y justiciero, que todos conocíamos empieza a surgir.
A pesar de que algunas características esenciales del personaje están muy bien plasmadas en la película (como la rebeldía a las autoridades, la lucha por la justicia y la equidad), la falta de carisma de Russell Crowe impiden que uno pueda involucrarse con el personaje. En el caso de Gladiador, su estilo se amoldaba perfectamente a las necesidades de la película. Sin embargo, Robin Hood era un ser carismático, del pueblo. Y eso es algo que, si bien trata de mostrarse durante la película, no me lo transmite este actor.
La versión 2010 de Robin Hood cuenta una parte de la leyenda. Pero es una parte que, según la impresión que me dejó, no merecía una película de dos horas y media para ser contada. Aunque, reconozco, todo depende de cómo se narre una situación. Pueden relatarte la historia más simple, pero si está bien contada, con eso basta.