No voy a poner en discusión la calidad de Ridley Scott, el director de gemas del cine como Alien: el octavo pasajero y Blade runner, pero me parece que es uno de los directores más irregulares hoy en día. Pareciera que cuesta encontrar un concenso respecto a su obra, y no porque sea un visionario incomprendido, precisamente. Salvo Gladiador, aunque con Oscar y todo (podríamos decir que con el Oscar, más) trae amores y odios con igual intensidad. El hombre que se mostró versátil para dirigir oscuros universos tecno-retro-futuristas y pasar a una road movie y películas de criminales como Gángster americano (lo sé: es gánster) y Hannibal, se interesó estos últimos años por sacar los soldaditos de plomo de algún baúl empolvado y empezar a jugar a la guerra del medioevo. Así, repetía en menor medida la efectividad del gladiador romano con las guerras cruzadas en las Orlando Bloom deshacía más de lo que hacía. No era una mala película, pero fallaba el actor protagónico (quizás porque lo de "actor" se puede poner en duda). Con Robin Hood vuelve Máximus el magnánimo, a cortar cabezas, brazos y piernas de cualquier enemigo, ahora, en nombre de Inglaterra.
El personaje de Robin Hood tuvo varias adaptaciones en la historia del cine, de las cuales tenemos Las aventuras de Robin Hood, con el inigualable Errol Flynn (el capitán Blood, ese que moría con las botas puestas). Es de 1938, de William Keighley y Michael Curtiz (Casablanca), en blanco y negro, y le pasa el trapo a esta chata adaptación de la leyenda popular. Para simplificar digo que, desde el título, la versión de 1938 es todo lo que esta no es: una aventura.
¿Dónde está el corrupto Sheriff de Nottingham? Es una figura central en la historia, porque, claro, es un hombre que aún dentro de su maldad, cree estar haciendo las cosas bien. Su muerte no es un motivo de festejo, sino de conmoción. La existencia de Robin Hood, un defensor del oprimido pueblo, como la de cualquier superhéroe encapotado, no hace más que hablar de una sociedad en decadencia. Es por eso que el enfrentamiento entre quien actúa dentro de los marcos legales (y debería ser el héroe, pero es el villano) y el que lo hace fuera de la ley (que debería ser el villano, pero es el héroe) es un enfretamiento épico, decisivo. Aquí Ridley Scott cree que para hacer una película de aventuras basta con poner un par de personajes de stock (el frailer gordito gracioso, el bruto grandote y gracioso, la dama linda pero guerrera, etc.) y se olvida que la aventura es más que eso. Aunque tampoco creo que apuntaba a eso. Aquí el sheriff es un comic relief (a cargo de Matthew Macfayden) y la verdadera contrapartida es Mark Strong, el malo de Sherlock Holmes, que sigue haciendo el mismo papel. Cara siniestra por aquí y allá y voilá: Hollywood consiguió un nuevo villano. Scott, en un momento, quiso hacer la película donde Russell Crowe fuera Robin Hood y el Sheriff. ¿Las dos caras de la misma moneda? No sabemos, pero seguro hubiese sido un planteo mucho más interesante.
Robin Hood es una precuela que nos cuenta el origen de uno de nuestros outlaws favoritos. Cómo Robin se convirtió en Hood, en esta manía postmoderna de contar orígenes (como Darth se convirtió en Vader, Wayne en Batman y James en Bond). O sea, agregar un fondo pseudo dramático, con flashbacks torpes y situaciones dramáticas peores, no hace otra cosa que cimentar una falsa realidad (cuota de realismo que a partir de Batman inicia, parece fascinar) que la historia no necesitaba. Se traiciona no sólo el orígen del fantástico personaje. Sino su escencia.
Por ahí el cast está lleno de caras conocidas, desde Cate Blachett para propiciar comentarios babosos como este (el bodrio anterior de Sir Ridley, Un buen año, tenía a Marion Cotillard para eso) hasta el cruzado de El séptimo sello, Max von Sydow. Este último es parte de una secuencia que debería ser vital y por poco roza el ridículo.
Sí, las batallas están más o menos bien (utilizando un framerate menor, como en Gladiador) y alguno quizás le vea una pizca de emoción a esta larga historia de dos horas y media. Yo no vi ninguna. Me entretenía pensando que los bosques siempre fueron lugares oníricos, ominosos e incomprensibles. Como laberintos (y sino, vean esa obra maestra que es Rashomon). Quizás Robin Hood, el verdadero, se perdió por ahí y el director buscó un soldado romano para reemplazarlo.