La fábula de los ladrones justicieros
No es una fórmula precisamente nueva, pero funciona a la perfección. Ben Stiller y Eddie Murphy encabezan un equipo de inexpertos que debe recuperar el dinero que ocultó un estafador financiero, exacta representación del condenado Bernie Madoff.
Comedia populista de justicia por mano propia, Robo en las alturas es como un cruce imposible entre Los desconocidos de siempre, Once a la medianoche, El golpe y Misión: Imposible 4. Del clásico de Mario Monicelli toma la idea de los ladrones cochambrosos. Aunque los de ésta –héroes hollywoodenses, al fin y al cabo– aprenden rápido. Tan rápido, que se convierten en unos capos del robo. De Once a la medianoche (y de un montón más, incluyendo la de Monicelli), el esquema del grupo heterogéneo, que se arma para dar un gran golpe. La diferencia con la impávida remake de aquella película del clan Sinatra, filmada por Steven Soderbergh, es que ésta es divertida. De El golpe, lo que subyace a toda película de fulleros: el refrán aquel sobre lo que le pasa al que roba a un ladrón. Finalmente, en lo que Robo en las alturas se parece a la última Misión: Imposible (aunque en Estados Unidos se estrenó antes) es en la gran escena de vértigo, en uno de los pisos más altos de un edificio torre. Escena que por pura convicción de todos los involucrados también aquí se vive con las nueces en la garganta. Por más que se sepa de sobra que nadie se va a caer: esas cosas no pasan en las comedias.
Más clásica que canchera, la película dirigida por el multiservicio Brett Ratner (conocido sobre todo por la serie Rush Hour) es una de esas que ya antes de arrancar tienen al público de su lado, por la sencilla razón de que el villano es “el que usted ama odiar” (como promocionaba el Hollywood de los años ’30 a Erich Von Stroheim). Paráfrasis viviente del nunca bien ponderado Bernard Madoff, Arthur Shaw (Alan Alda) es un respetadísimo financista de Wall Street, a quien un día el FBI le descubre una estafa de decenas de millones de dólares. Con la particularidad de que además de todos los multimillonarios habidos y por haber, el tipo clavó también a los empleados del edificio en que vive, que pusieron sus jubilaciones en sus manos. Incluyendo el viejo y buen portero, que estaba por retirarse. Todo, por idea del administrador del edificio (una torre de Manhattan que es, según se lo presenta, “la más cara de Estados Unidos”), a quien no se le ocurrió nada mejor y sin consultar al resto. Como el FBI no logra hallar los 20 millones verdes que el bueno de Shaw escondió en algún lado, lo máximo que pueden hacer es dictarle la prisión domiciliaria. Es allí que Josh Kovacs, el administrador en cuestión (Ben Stiller) decide robarle al ladrón, en compañía de otros damnificados y con la agente del FBI (Téa Leoni) haciendo la vista gorda.
Con guión escrito por un par de especialistas (Ted Griffin participó de Once a la medianoche, Los tramposos y El engaño; Jeff Nathanson, de Atrápame si puedes), Robo en las alturas es una de esas películas que serían pura fórmula, si no fuera porque todos los que participan de ella parecen creerse todo lo que pasa. Los guionistas, que tuvieron a bien escribir escenas tan graciosas como ésa en la que el ladrón “experimentado” (que resulta ser un mero chorrito callejero, como era de esperarse) les toma una prueba de shoplifting a sus inexpertísimos socios. O la de la borrachera terminal de Téa Leoni, que vaya a saber por qué malvenido puritanismo no se va a la cama con Ben Stiller. Tuvieron también la gentileza de escribir personajes como el de Matthew Broderick, un venido a menos que pasa del edificio más caro de EE.UU. a la calle. O diálogos como los que Eddie Murphy (milagrosamente regresado a los tiempos de 48 horas) escupe a mil por hora, sin perder una sola letra en el camino. Siguiendo por los actores, todos excelentes (lo de Broderick y Murphy es resucitación lisa y llana). E incluyendo al mismísimo Mr. Ratner, que nunca había filmado algo que valiera más o menos la pena y aquí le compite plano a plano al Brad Bird de Protocolo fantasma, con una Ferrari roja colgando de una ventana y luego del hueco de un ascensor, con cuatro tipos subidos o intentando subirse a ella.