LA PIEZA FALTANTE
Tengo una duda. Habiendo visto nuevas versiones como EL ENIGMA DE OTRO MUNDO (THE THING, 1982), CABO DE MIEDO (CAPE FEAR, 1991), EL AMANECER DE LOS MUERTOS (DAWN OF THE DEAD, 2004), CARACORTADA (SCARFACE, 1983) e incluso la más reciente POSESIÓN INFERNAL (EVIL DEAD, 2013), ¿por qué somos tan remakeofóbicos? ¿Por qué tememos y odiamos los reboots incluso antes de verlos? ¿Por qué estamos en contra de las reinterpretaciones de una u otra clásica obra cinematográfica? ¿Por qué defendemos el pasado? Obviamente, una de las razones (¿O la única?) es porque realmente hay más remakes malos que buenos. Jason, Freddy, Douglas Quaid, Carrie, Gort. Ninguno pudo salvarse cuando la ola de productores llegó hasta ellos, con ganas de hacer mucha plata con pocas ideas. Los resultados fueron films visualmente interesantes o impactantes, pero vacios y repetitivos. Y como no es de nuestro agrado observar personajes que amamos siendo usados solamente para vender entradas, cada vez que se acerca uno de estos proyectos, el miedo nos invade. Pero, ¿es solo por eso que somos remakeofóbicos? O tal vez nos aferramos tanto al pasado que nublamos nuestro criterio. Preferimos esa época que siempre será un nostálgico refugio de nuestra infancia, mientras que el futuro (lo nuevo) es completamente desconocido para nosotros. Con esas sensaciones de cautela y disgusto, me acerqué a ROBOCOP (2014), el remake del clásico de culto ochentoso de Paul Verhoeven. Al salir, esas sensaciones habían sido reemplazadas.
En Detroit de 2028, cuando Alex Murphy (Joel Kinnaman) –esposo, padre y policía– queda al borde de la muerte por culpa de unos criminales, la empresa robótica OmniCorp aprovecha la oportunidad para convertirlo en una infalible arma de lucha contra el crimen, mitad humano, mitad máquina. De eso trata la nueva ROBOCOP. A simple vista, no suena muy diferente a la primera película. Sin embargo, el director José Padilha (TROPA DE ELITE) decidió llevarla por rumbos diferentes: Rumbos aptos para mayores de trece años. Convertida ahora en una aventura sci-fi para toda la familia, esta ROBOCOP carece del carácter subversivo, desquiciado y ultra violento con el que lo conocimos en 1987, aunque aún mantiene viva una pizca de su espíritu burlón. Si bien la nacionalidad brasilera del nuevo director le sirvió (al igual que al neerlandés Verhoeven) para exponer de manera satírica la política extranjera de Estados Unidos y ciertas posturas derechistas –usando en su mayor medida al personaje de Samuel L. Jackson (Pat Novak, un magnate de los medios pro-robots)–, Padilha se dejó llevar y presenta críticas demasiado directas o exageradas (al punto de volverse casi ridículas), que no siempre encajan con la trama principal de Murphy y están allí solo para hacer que el remake parezca mucho más serio o importante de lo que es (en realidad es solo política para principiantes). En lo que sí acierta es en su crítica a la influencia de los medios masivos y al poder de las corporaciones. Padilha también llama la atención al arriesgarse y ocupar la mayor parte del film centrándose en los orígenes y dilemas filosóficos de Murphy (¿Hombre o máquina?), ya que el protagonista despierta siendo psuedo-humano y no 99% robot, como la versión de Verhoeven. Algunos opinarán que estas ideas frescas y conflictos nuevos ayudan a redescubrir al personaje, en lugar de ir a la acción al palo como lo hacía el RoboCop de los ochenta. Personalmente, creo que esto sobrecarga una historia que ya era rica por sí sola, y colabora en la construcción (junto con los personajes de la madre y el hijo) de un melodrama familiar de lugares comunes y situaciones melosas dignas de Virginia Lagos. Y con tantos elementos dando vueltas alrededor de su trama, el RoboCop de 2014 se queda sin tiempo para encontrar un villano de verdad o una escena de acción que valga la pena recordar. Sinceramente, no puedo diferenciar un tiroteo del otro –por más bien filmado que esté–.
Aunque es (casi siempre) entretenida, rara y visualmente impactante, esta nueva versión decidió ponerse más seria (más táctica, “Let’s go with black”) para llegar a las masas y no ser acusada de ridícula o absurda (lo que cualquier pibe actual diría del robocana ochentoso). Con esto logró alcanzar una nueva dimensión de conflictos, un libreto no tan predecible que a veces se aleja del relato clásico, actores de peso (Gary Oldman y Michael Keaton son fabulosos en cada escena) y efectos especiales de primera categoría, pero sacrificó lo más importante: El Rated R (Apto para Mayores de 18 años). Y si hay algo que una nueva versión nunca, NUNCA debe dejar de lado es la clase de espectador que amó el film original. La primera ROBOCOP no era zarpada y sangrienta solo por querer ser transgresora o para atraer jóvenes a la salas. Lo era porque lo burlesco y grotesco de su declaración podía sostenerse solo con un absurdo nivel de violencia que lo acompañara. Y al optar por un PG-13 (Apto para Mayores de 13 años) y no contar con ese tono violento, las posturas políticas del nuevo film se vuelven extremas, casi caricaturescas, y no terminan acoplarse a esta versión mucho más filosófica (también filosofía para principiantes) y edulcorada. Apunta a ser más seria, moderna y generadora de debates post-salida del cine, pero nunca llega a alcanzar el espíritu agitador de su fuente. Aquí, la armadura metálica de Murphy está mucho más pulida que antes, pero lo que cuesta encontrar es su corazón, la pieza más importante y aquella que los remakes fallidos siempre se olvidan de agregar. Sé que está por ahí, en alguna parte, oculto bajo todo ese drama familiar y poco trabajo policial.
Si aman la versión clásica, esta nueva ROBOCOP les resultará entretenida pero olvidable, a veces fría y otras decepcionante (o insultante, sin son hardcore fans). Pero no hay dudas de que supera a varios remakes actuales (EL VENGADOR DEL FUTURO, entre otras), y que logra divertir y mantenerse de pie por sí sola a pesar de las obvias comparaciones con la original. Tal vez no sea lo suficientemente emocionante, pero tampoco hay dudas de que cuenta con un guión redondo y un tono propio que llamarán la atención de cualquier espectador actual. El elenco es una máquina bien ajustada –incluso con Kinnaman como protagonista, que rara vez convence (ya sea en papel de humano o de robot)– y hay momentos que de verdad te quitan el aliento (el explosivo comienzo en Irán, la brutal revelación del verdadero aspecto de Murphy, etc.). Pero las comparaciones con su predecesora son lamentablemente necesarias al momento de analizarla, ya que ROBOCOP de 1987 es la que nos muestra cómo debería contarse esta historia.
En una escena, cuando OmniCorp prueba los distintos diseños para el protagonista metálico, el personaje de Keaton le dice a su encargado de marketing (Ah, ¿era Jay Baruchel?) que el público no sabe lo que quiere ¿Acaso Hollywood nos estaba hablando a nosotros a través de Keaton? Si es así, le respondo: Sí sé lo que quiero. No soy un fanboy quejándome solo por el nuevo diseño del traje (que, a decir verdad, ni me molesta). Soy un cinéfilo que no se conforma solo con escenas dramáticas de manual, secuencias de tiros con estética trash, chispitas y buenos efectos especiales. Soy un espectador que no se deja sorprender por comentarios políticos más obvios que punzantes. Soy una amante de la versión de los ‘80 al que no lo compran una o dos simpáticas referencias y la banda sonora original remasterizada. Soy, como muchos otros, un remakeofóbico que simplemente quiere que NO le arranquen el corazón a uno de los héroes de su infancia. No hay nada que de más miedo que eso.