RoboCop

Crítica de Darío Cáceres - A Sala Llena

¿Amor después del amor?

Te volvés a encontrar veinte años después. Es mucho tiempo, vos cambiaste, ya no sos igual. Has experimentado diversas situaciones y conocido a muchas otras personas. Pero ha vuelto y, si bien observás y evaluás con cierta desconfianza, sabés bien que tarde o temprano aquello que alguna vez fue, hoy podría volver a ser. No, no es la descripción de un reencuentro con tu primer gran amor, sino del regreso de Alex Murphy, de RoboCop.

Para los más jóvenes ver a un ciberpolicía en las carteleras puede resultar toda una novedad. Pero para aquellos que en su momento disfrutaron del original, una remake significa mucho más: es todo un desafío.

Este RoboCop es bien distinto por sus pequeñas diferencias. Los ejes temáticos varían lo suficiente para modificar la premisa motor de la historia: la violencia, la sangre y la delincuencia ya no son el núcleo de esta nueva versión del director José Padilha. En esta oportunidad el elemento humano por sobre la técnica, los valores como el amor, la ética y la responsabilidad, acompañados por la dicotomía política-empresa, son los tópicos que se ponen en primer plano durante toda la obra.

El color negro con el que Omnicorp decide “pintar” al protagonista, en lugar del tradicional plateado, lleva consigo gran parte del devenir de la trama. En el año 2028 los robots controlan la seguridad en el mundo y han logrado sorprendentes resultados, ganando incluso guerras contra el “terrorismo”. Así lo muestra la primera secuencia de la película.

Raymond Sellars (Michael Keaton), CEO de la firma, busca convencer a la opinión pública y -en especial- al poder político de que Estados Unidos necesita vigilancia robótica, algo prohibido por esos días. Así las cosas y en pos de imponer sus criterios, surge el proyecto RoboCop de mano del doctor Robert Norton (Gary Oldman). Por supuesto que el atentado ocasional contra Alex Murphy (Joel Kinnaman) lo hace encuadrar perfectamente con el perfil buscado. Para conseguir una rápida aprobación del público, una estratégica decisión de marketing pinta al héroe completamente de oscuro. ¿Un gran golpe al orgullo de los seguidores de la exitosa saga iniciada por Paul Verhoeven? Definitivamente… Todo entra en una zona confusa y problemática para Omnicorp cuando descubren que, por detrás del esqueleto metálico, Alex conserva su naturaleza humana intacta.

La primera media hora atrapa y promete. Pero luego la historia cae en vacíos narrativos, pierde movimiento e interés. Estas situaciones son subsanadas por dos factores. Primero, la excelente interpretación de Gary Oldman, luchando contra situaciones que lo colocan en contradicción con su ética profesional y a su vez siendo inevitable cómplice de Omnicorp. Segundo, el rol de los medios, simbolizados en las picarescas apariciones del excéntrico Pat Novak (Samuel L. Jackson), personaje que intenta -en buena forma y con dosis de humor- guiar al espectador a través de otro de los conflictos presentes en la trama: el sector empresario en oposición al poder político.

Esta reencarnación de RoboCop, luego de 21 años de su última aparición en salas cinematográficas, era un proyecto riesgoso y podría haber caído en la indiferencia. Pero también tenía mucho para ganar: un par de generaciones que saben poco y nada del personaje central. Precisamente con esta poderosa carta juega el director José Padilha, la cual nos sirve para comprender determinadas diferencias para con la versión de Verhoeven: de género (drama pausado en vez de acción violenta), en detalles del diseño de producción (una moto en lugar de un auto de policía), y en personajes (la ausencia más notable es la de Anne Lewis, compañera de trabajo del cyborg durante toda la saga).

El sorpresivo final deja la esperanza de que en una próxima entrega los fanáticos de la franquicia puedan sentirse más cómplices con la propuesta en cuestión…