Cuando en 1987 se estrenó “Robocop” casi ninguna película de este estilo había logrado semejante efectividad en las combinaciones de humor negro, crítica social, y acción con dosis de violencia impactantes para la época (recuerden el despiadado tiroteo sobre el protagonista, incluyendo volarle la mano derecha con un tiro de Itaca a centímetros).
Era plena época del gobierno de Reagan. Mientras los Rambo y los Rocky se envolvían con la bandera estadounidense, Paul Verhoeven planteaba una Detroit dividida en criminales cada vez más impunes, un cuerpo de policía en huelga por falta de recursos y, en el medio, una sociedad sumida en una temerosa resignación con el fantasma de la corrupción corporativa deseosa de proveer al Estado una solución a la falta de personal.
Por fuera de este contexto socio-político-económico, pero construida como una segunda columna vertebral de la trama original, la vida del oficial Murphy (Peter Weller), muerto en acción, pasaba de policía de carne y hueso a propiedad de Omnicorp en su último atisbo de vida con el objeto de reconstruirlo adosándole maquinaria al cuerpo (le borraban la memoria y los sentimientos), para convertirlo en un oficial programado para combatir efectivamente al crimen. Pero algo falla, quedan atisbos de memoria haciendo peligrar el proyecto. El director quería dejar muy claro no sólo que los empresarios eran dueños de las fuerzas del orden, a partir de un sistema que estaba dejando afuera al ser humano, sino también del potencial ejercicio del poder sobre la opinión pública.
A los espectadores identificados con este resumen, o parte de él, les espera una buena remake.
Si se tratara sólo de cambiar algunos detalles insignificantes, por ejemplo Lewis (Michael Williams), el partenaire del personaje principal es hombre y negro en lugar de Nancy Allen como en la original, “Robocop” caería en un simple disfraz aggiornado por los efectos especiales y el uso indiscriminado del CGI. Por el contrario, José Padilha, el director de “Tropa de Elite” (2007), propone una visión irónica, crítica, y hasta incisiva, sobre la sociedad norteamericana, los factores de poder y los medios de comunicación, en especial de los comunicadores y formadores de opinión.
La introducción tiene a Pat Novak (Samuel Jackson) como conductor del que se adivina el programa de política y opinión más importante de la tele. Desde su lugar impulsa el veto a una ley que impide la utilización de robots para hacer cumplirla. El botón de muestra es una transmisión con imágenes en vivo de Teherán en la cual varios de estos bichos dan cuenta de media docena de terroristas, y un daño colateral al llenar de plomo a un nene con un cuchillo (idea que después no progresa). Pat es, en definitiva, el mejor lobbysta que Omnicorp, fabricante de los robots de elite, pudiera desear. Claro, el discurso se instala a partir de mostrar que USA aplica estos métodos en otros países pero no en el propio (gran incorrección política del guión). El CEO de la compañía (gran regreso de Michael Keaton) persigue la idea llenarse de plata proveyendo a la gilada, o sea a los votantes, un héroe con nombre y apellido. Para ello cuenta con su propio Frankenstein, el científico Dr. Norton (Gary Oldman, el mejor de todo el elenco). Sólo falta el candidato ideal.
Como en la de 1987, Murphy (Joel Kinnaman) es herido de muerte. Cuando llega el momento de tomar la decisión de reconstruir al oficial el realizador carioca resalta el costado humano de su realización con largos pasajes dedicados a vincular al protagonista (más por la idea de familia que del vínculo con su esposa) con el espectador, así el peso sentimental que justifica la puesta en marcha del proyecto Robocop recae en la decisión de la esposa en primera instancia, momento en el cual el guionista debutante hace una breve recorrida para ocuparse de explorar un rato los rincones de la ética y la moral.
Estas son algunas de las diferencias esenciales entre la original y esta de 2014. Tal vez la más importante sea el abandono del humor en pos de la observación crítica, aunque hay algunos guiños para los nostálgicos que recuerden un par de muletillas (“no lo compraría por un dólar”, “gracias por su cooperación”, etc).
A la sapiencia de Paul Verhoeven para contar una historia con herramientas más sólidas, ante alguna carencia de ellas el responsable de esta “Robocop” la reemplaza con ritmo y velocidad, sin por ello descuidar la narración. Probablemente el clásico siga permaneciendo en la memoria más que su remake. En todo caso dependerá de las nuevas generaciones comparar virtudes, por lo demás el entretenimiento es más que válido.