El concepto Robocop
De las maneras en que uno puede encarar el análisis de una remake, ejercer la comparación con la original me parece la menos acertada y la más perezosa. Pero muchas veces, casi que nos vemos obligados a remitirnos al material original, por lo menos para ver cómo dialoga mínimamente con la nueva versión. En el caso de Robocop me resulta ineludible. La película de 1987 dirigida por Verhoeven contiene una gran lista de aciertos. En principio es una mezcla de policial violento y película que cuenta el origen de un héroe. El realizador aprovechaba todo los recursos genéricos y de producción que tenía a su alcance, desde los aceptables efectos especiales a los tópicos del policial de acción y hasta se apropiaba de un tema cronembergiano por excelencia como es la exploración de las consecuencias de la relación carne-máquina o naturaleza-tecnología. De pasada nos dejaba en claro que Robocop sólo era posible en Estados unidos y más específicamente en Detroit, esa ciudad pujante de las corporaciones automotrices que iba camino al desastre, y que dicho sea de paso, en 2013 se declaró en bancarrota y es considerada la primera necrópolis norteamericana.
El concepto
El primer error de esta remake es hacer discutir a los personajes, durante mucho tiempo, el concepto Robocop y sus implicaciones morales, científicas, económicas, bélicas, tecnológicas, políticas legislativas, etcétera. Aparece Gary Oldman interpretando al científico creador que está arrepentido desde el principio cargando la culpa de su problemática creación. Michael Keaton es el CEO cool posmoderno y canchero que claramente piensa que la ética está tan pasada de moda que lo único que hace es agarrar su teléfono y desparramar cinismo por toda la película, obviamente Robocop es su producto y lo manipula a su antojo. Jay Baruchel, que interpreta al publicista encargado de manejar la imagen del producto, es el único capaz de aportar algún buen chiste, pero está tan solo que lo hace con un poco de vergüenza. Jackie Earle Haley es el brazo duro de OmniCorp, un ser despreciable que odia a Robocop y al mundo, le gustan los robots lisos y llanos y no híbridos con dudas y conciencia. Samuel Jackson es el periodista funcional de la derecha de turno y sólo aparece para hacer su pequeño y lavado acto paródico. Todos lugares comunes sobreactuados y artificiales.
El director José Padilha se equivoca por completo y filma dos horas de gente discutiendo acerca de este concepto de policía humano robotizado. Lo que en la película de Verhoeven se vislumbra, o se extrae en medio de la avalancha de violencia y acción aquí es explícito y aburrido. Encima las pocas escenas de acción, aunque correctas pero escasas y del montón, no terminan de agilizar un guión pobre y repleto de lugares comunes.
Cronemberg
Como decíamos, en la película de 1987 Verhoeven tomaba prestada la problemática de Cronemberg acerca de los cuerpos y la tecnología. En su película, Alex Murphy queda reducido a su mínima expresión, y de hecho parte importante de la trama se trata de cómo lo humano intenta tomar posesión del cuerpo robótico y así reconstruir su identidad, algo que Padilha sólo entiende a medias: su Robocop es tan solo Joel Kinnaman (y su escaso carisma) con un traje negro extravagante, al que tienen que mantener dopado, lógicamente, porque no soporta su nuevo yo. Es decir, Murphy está demasiado vivo como para considerar verosímil haber sido convertido en un hibrido mitad hombre mitad robot. Finalmente, el realizador deja pasar el tema, que se va volviendo tan confuso como el resto de las subtramas. Peter Weller es más que Joel Kinnaman aunque no hacía falta decirlo.
La ciudad
En el mundo planteado en esta nueva Robocop, nuestro héroe es utilizado con la vieja lógica de hacer creer al público que necesita algo que realmente no necesita. Un producto meramente marketinero que sólo sirve para presionar políticamente mediante la opinión pública. Entonces, es lógico que apenas sea retratado el estado de la ciudad que lo vio crecer. La Detroit de la película no parece una ciudad violenta desgarrada por el narcotráfico, el desempleo y la pobreza, con lo que Padilha deja escapar al vuelo otro tema que le podría haber dado la carga dramática que pretende alcanzar mediante los diálogos de personajes excesivamente solemnes. Encima la Detroit de esta película no sólo está mejor que la de la película de 1987, sino que también está bastante mejor que la Detroit actual. Es decir, un despropósito considerable.
La nueva versión de Robocop hace que queramos volver a ver el clásico ochentero de Paul Verhoeven, que con 26 años de antigüedad es mucho más actual y entretenido que este artefacto poco feliz de Padilha, que sencillamente se queda a medias en todo.