Tras su estreno en el Festival de Cannes, se lanza en los cines de todo el mundo esta biopic que -como no podía ser de otra manera tratándose de Elton John- resulta ampulosa, artificiosa, extravagante, por momentos incluso ridícula, pero siempre fascinante y divertida.
La película comienza con Elton John (consagratorio trabajo de Taron Egerton) yendo disfrazado de diablo a una reunión de Alcohólicos Anónimos. "Soy adicto al alcohol. A la cocaína. A las pastillas. En verdad a todas las drogas. Y al sexo. Y soy bulímico. Y comprador compulsivo". Así, Rocketman se desmarca desde el primer plano de los lugares comunes de la biopic oficial y celebratoria (aunque igualmente lo es, ya que Elton John es productor) para mostrar las múltiples facetas de un hombre que, si bien triunfó en todo el mundo y a los 25 años ya era multimillonario, debió luchar contra una historia familiar aterradora, los prejuicios de las diferentes épocas, la timidez y la soledad. Traumas que lo llevaron -como él mismo admite- a consumir todas las sustancias ilegales imaginables y a desayunar con vodka mientras los demás se servían jugo y café.
La narración va y viene en el tiempo: desde la traumática infancia en tiempos de crisis de la Inglaterra de posguerra con padres poco afectuosos y en varios momentos directamente hostiles hasta su sociedad artística y amistad de toda la vida con el compositor Bernie Taupin (Jamie Bell), pasando por varias de sus grabaciones en estudio, recitales y hasta la relación de amor-odio con su manager John Reid (Richard Madden).
Sin embargo, lo que distingue a Rocketman son sus números musicales. No estamos hablando de pasajes en los que Egerton toca el piano y canta (que los hay) sino de largas, ambiciosas y creativas escenas con multitudes bailando en coreografías construidas en varios casos a puro plano secuencia y que bien podrían haber sido concebidas por Baz Luhrmann.
Rocketman es un crowdpleaser con todas las letras: lleno de picos emotivos, con interpretaciones de veinte de los temas más populares de su carrera (otro punto para Egerton) y con fuertes contrastes entre el Elton John público con coloridos vestuarios, botas con plataformas y gigantescos anteojos y el hombre muchas veces abatido, deprimido, consumido por los efectos de la droga en la intimidad. En definitiva, una fábula sobre los excesos de rock, los peligros de la fama y una épica sobre la fuerza de voluntad para la redención personal. Si 2018 fue el año de Bohemian Rhapsody, Queen y Freddie Mercury, no extrañaría que 2019 le pertenezca (al menos en el ámbito de los premios para las biopics musicales) a Rocketman y Elton John.