Brillante realización por su tratamiento narrativo y calidad estética
No serán pocas las sorpresas para quien vaya a ver “Rocketman”, empezando porque el motivo principal para verla es que está brillantemente realizada independientemente de la figura que intenta retratar.
Sin ninguna concesión es el arranque de este opus sobre la vida de Elton John. En plano entero y cámara lenta, viniendo de la luz a la oscuridad, vemos la figura del cantante y compositor inglés muy bien interpretado por Taron Egerton. Camina con uno de esos estrafalarios vestuarios que han caracterizado su carrera. Entra a la vida del espectador vestido (no disfrazado) de un demonio con alas, o un ángel demoníaco si se quiere, o ambos mejor dicho. Pero esa marcha sirve para bajar la estrella al suelo porque las primeras palabras que salen de su boca son: “Soy alcohólico, adicto a la heroína, al sexo y a las compras compulsivas sin sentido”.
En esa misma escena, casi sin respiro, aparece su versión de niño (Matthew Illesley) y en tiempo abolido (tanto en presente como en el pasado, cruzando ida vuelta las líneas espacio-temporales), este estreno se manifiesta en todo su esplendor como lo que es: un musical sobre un músico fenomenal.
Como director, Dexter Fletcher se aleja bastante de lo hecho como productor de “Rapsodia Bohemia”, ganadora de cuatro Oscar este año. Excepto por cierto orden cronológico de los eventos que marcaron a Elton John, su niñez, el descubrimiento de su identidad sexual, su maestra de piano, la elección de su nombre artístico, etc; “Rocketman” obedece sus virtudes a guión cinematográfico. Lee Hall, autor de “Billy Elliot” (2000), uno de los grandes musicales contemporáneos, encuentra varios vértices comunes a la historia de aquel niño que descubre tempranamente su pasión por la danza y pone toda la carne al asador en su texto.
Cada tema de Elton John que escuchamos sirve como alimento argumental de los momentos de su vida que se narran, no solamente porque es la banda de sonido obvia, sino porque las letras forman parte del cuento. De principio a fin la elección del montaje, los encuadres, la dirección de fotografía son un relato sí mismos, y hasta podría decirse que estamos frente a una sucesión de pequeños clips episódicos que van concatenando el relato y haciéndolo progresar.
Como si fuesen dos flechas que van dirigidas a chocar entre sí, la vida privada y la vida artística de Elton comienzan a horadarse mutuamente hasta que se convierten en un vínculo simbiótico para construir el conflicto: un joven en los ‘70 que desborda talento se verá enfrentado a su receptividad abierta a los excesos.
El espectador estará agradecido, no solamente por la capacidad del realizador para sublimar un relato convencional con licencias artísticas de enrome frescura. como por ejemplo la escena en la cual todos flotan en un boliche al comenzar un rock and roll en el piano. Pero además, estamos frente a una gran dirección de actores porque si bien Taron Egerton hace un gran trabajo, el resto del elenco está en el mismo nivel de entrega. Jamie Bell en el papel de Bernie (eterno compañero de saga del músico) o Stephen Graham encarnando al productor Dick James son algunas muestras de gran acoplamiento.
Es cierto que los montajes del avance de la carrera artística obedecen a cuestiones convencionales ya vistas en “Rapsodia Bohemia” y otras biografías. En este sentido es hasta esperable pero no por eso se resienten los valores de esta película que seguramente se convertirá pronto en otro formato. La puesta, el vestuario, la recreación de época y las coreografías de Adam Murray piden a gritos pasar de inmediato a musical de Broadway.
Será una gran sorpresa para el espectador desprevenido, y sin ninguna duda un catálogo eterno de hits indelebles que los fanáticos no cesarán de tararear. El rock que nació en Inglaterra con la generación de chicos nacidos en la década del ‘40 está siendo revisado y viene cada vez mejor.