Es difícil identificar cuánto del entusiasmo que genera Rogue One: Una historia de Star Wars proviene exclusivamente de las virtudes de la película -que las tiene- y cuánto del peso cultural de la mitología de Star Wars en nuestras vidas. Seguramente esta pregunta nos la haremos ante cada nueva entrega, una por año hasta 2020. Y más porque la productora Kathleen Kennedy y sus acólitos están dispuestos a exprimir el universo al máximo, aún en las películas que, como esta, no forman parte de la nueva trilogía sino que funcionan, supuestamente, como capítulos sueltos.
Si bien Rogue One contiene una historia con principio y final y sus protagonistas son personajes nuevos, tanto la trama como el espíritu y la estructura tienen muchos puntos de contacto con otras películas de la franquicia. Esto es, en gran parte, lo que la hace fascinante -además de la muy competente dirección de Gareth Edwards-, pero también es lo que le pone un techo. Ya se huele la fórmula.
La Alianza Rebelde recluta a Jyn Erso (Felicity Jones) para robar los planos de la Estrella de la Muerte que construyó su padre Galen (Mads Mikkelsen). (Esos planos son los mismos que la Princesa Leia esconde en R2D2 al principio de La guerra de las galaxias.) Jyn va acompañada por el oficial Cassian Andor (Diego Luna) y el robot K-2SO (Alan Tudyk). Como se ve, la estructura de pareja más androide en misión al espacio se mantiene casi inamovible. Y el androide, como sucedía con BB-8 en la película anterior, vuelve a ser de lo mejor.
Es cierto que Star Wars: El despertar de la fuerza ya funcionaba casi como una remake de La guerra de las galaxias, pero también sentaba las bases para una secuela que promete -eso espero- ir en otra dirección. Dentro de este panorama, Rogue One no es más que un aperitivo para eso, un capítulo entretenido pero cuyos momentos más intensos son aquellos que traen caras conocidas. Estoy al borde del espoiler y solo voy a decir esto: el recurso de traer caras conocidas está llevado al extremo y no me dejó muy convencido. Es forzado y anticlimático. Los fans, claro, aplauden a rabiar. Mi fan interior también lo hizo.
Y aún así, el trabajo ágil de Gareth Edwards, el cast que vuelve a resultar casi siempre acertado -Felicity Jones y Diego Luna a la cabeza; no es el caso del villano que interpreta Ben Mendelsohn- y los destellos de humor de un guión autoconsciente hacen de Rogue One una película siempre feliz, pensada para agradar a los fans y que expande el universo de Star Wars hasta el infinito.