Star Wars lo hizo otra vez. Desde su aparición en 1977 no solo se convirtió en la saga cinematográfica más exitosa de la historia del cine; es sin dudarlo la que mayores películas de excelencia ha otorgado, redefiniendo al género de aventuras de Ciencia-Ficción más de una vez.
Ya el año pasado Episodio VII El Despertar de La Fuerza despejó todas las dudas sobre lo que la recién llegada a la franquicia, Disney, podría llegar a hacer. El desafío ahora era mayor, encarar una película de Star Wars, fuera de “Los Episodios”, una suerte de Sin-Off, y con varios de los elementos característicos de la saga que parecían quedar afuera. ¿Funcionaría un Star Wars sin un protagonista Jedi?
La respuesta es un amplio Sí, Rogue One funciona en todo sentido; aunque la ausencia de todos esos elementos, y el término spin-off es relativo.
Se supone que un spin off es una suerte de desprendimiento, dentro de un universo ya conocido y mayor, que cuenta una historia paralela, y con acciones que no deberían afectar (por lo menos en gran medida) a los acontecimientos de la línea general. Bueno, si entendemos eso, Rogue One no es un Spin Off, aunque tampoco es un Episodio más de la saga, su estructura es diferente. ¿Entonces qué es? ¿Importa roturarla? Lo que seguro es, es un gran film.
La historia nos sitúa entre los Episodios III y IV, más cerca de este último. El Imperio despliega todo su avasallamiento, oprime al pueblo y parecieran intocables. Hay un grupo de rebeldes que intenta terminar con sus planes y reivindicar a los ocultos Jedi en su lucha, aunque de un modo más extremista.
En esa guerra sin tregua, la Rebelión toma prisionera a una ladrona que mantiene oculto su verdadero nombre. En realidad, ella es Jyn Erso (Felicity Jones), hija del arquitecto Galen Erso (Mads Mikkelsen), rebelde al que creían muerto, pero quien en realidad debió aceptar trabajar para el Imperio a costa de la seguridad de su hija.
Jyn y los demás rebeldes, con Cassian Andor (Diego Luna) a la cabeza, deberán descubrir los planos de la mayor arma imperial, la Estrella de la Muerte que se encuentra en plena fabricación.
El argumento, si se quiere, es más bien sencillo, se entrega a un ritmo de batalla constante que no da respiro. Pero no necesitamos más. Hablamos de una historia clásica de rebeldes que saben que tienen todas las de perder, pero se entregan a una causa mayor, derrocar al tirano poder.
El hecho de ser una película más “humana”, hace que la identificación sea más directa, por lo cual, hasta los recién llegados pueden comprender la historia como un gran relato de épica, coraje y valor.
Claro, no sería Star Wars a esta altura si no entregase un caramelo visual enorme para los fanáticos, y créanme que acá eso abunda. Hay escenas enteras que se transforman en un Buscando a Wally de este universo (ya habrá tiempo de verla en nuestras casas y pararla en los momentos exactos), y hasta un increíble despliegue de efectos que también están no solo al servicio de la historia sino al servicio de la adoración de los fans. Sí, hay cosas que no las van a poder creer.
Si por el lado de los rebeldes se muestra una ambigüedad muy tentadora cuando ellos mismos se reconocen como asesinos en pos de algo superior y se lamentan de haber cometido acciones contradictorias. El Imperio también tiene sus gamas, Orson Krennic (Ben Mendelsohn) es un gran villano ¿Por qué? Porque no es ni un Sith ni menos un Emperador, es un general, encargado de custodiar la construcción de la Estrella de la Muerte, que se muestra implacable frente a los héroes, pero puertas adentro es maltratado en la línea de mandos. Rogue One puede ser la película de Star Wars más realista desde la primera trilogía.
El rubro interpretativo quizás sea el que genere más dudas, individualmente Jones y Luna funcionan, pero falta algo de química entre ellos; esa que había entre Carrie Fisher y Harrison Ford de conectarse con una mirada.
La Fuerza aquí es humana, no se asemeja a telepatía ni se habla de Midiclorianos, aquí La Fuerza es lo que lleva a creer en algo, es la convicción que otorga al coraje, y se construye en conjunto, en la unión de todos con un mismo fin. No habíamos tenido ese concepto de La Fuerza desde Episodio IV.
Arrolladora, impulsiva, deslumbrante, Rogue One ofrece un entretenimiento mayúsculo sin descuidar lo que nos quiere contar. La banda sonora de Michael Giacchino homenajea al clásico de John Williams, pero también se diferencia para recordarnos que esto es algo diferente.
Más de acción y dramática que aventurera, esto es lo que diferencia su clima y la aparta de ser un Episodio; habrá también lugar para la comicidad, casi en su totalidad en manos del carismático K-2SO, un robot imperial reconvertido a rebelde que conjuga la mítica de R2-D2 y C3PO y le suma un arsenal de batalla. El clima irá creciendo hasta concretar unos últimos veinte minutos en donde todos los valores explotan, la épica golpea el pecho y los fanáticos aplaudirán una grandiosa escena que el director Gareth Edwards nos regala, imitando parcialmente a su anterior Godzilla.
Edwards que viene de fallar en su adaptación del gigante japonés, aquí acierta al utilizar parte de la fórmula que aplicó a aquella, a diferencia de las películas de Godzie, en Star Wars las emociones humanas y lo que sucede entre los personajes, importa, y mucho.
Hay mucha tela para cortar alrededor de Rogue One, uno de los mejores productos mainstream del 2016 para cerrar el año. Entréguense a La Fuerza, jamás defrauda.