Podríamos haber vivido felices y contentos sólo con la trilogía original pergeñada por George Lucas. Esa travesía del héroe que tiene a Luke Skywalker como protagonista, siendo ¿la última? esperanza de la Alianza Rebelde para derrocar al Imperio y liberar a toda la galaxia.
No contento con tres entregas exitosas, Jorgito quiso cerrar el “círculo de la vida” contándonos como el joven Anakin (A.K.A Darth Vader) terminó embarrado en el Lado Oscuro de la Fuerza. Al hacer esto salpicó la franquicia con unas cuantas inconsistencias y personajes insoportables que no vienen al caso en este momento.
Aparentemente, todavía quedaba mucho para contar sobre el legado del último Jedi y J.J. Abrams nos inundó de nostalgia (y fanservice) con una historia conocida que, a su vez, amplia el universo intergaláctico con una nueva camada de queribles protagonistas.
Mientras esperamos por un nuevo episodio de la saga, llega “Rogue One: Una Historia de Star Wars” (Rogue One: A Star Wars Story, 2016), la primera película (spin-off, si se quiere) que se desliga de la historia familiar de los Skywalker para contar una aventura diferente, aunque englobada dentro del canon de la franquicia.
Los sucesos se ambientan justo antes de “La Guerra de las Galaxias” (Star Wars, 1977). Todo bien con Luke, Han y Obi-Wan pero, ¿de dónde sacaron los planos para ponerle fin a la Estrella de la Muerte y dar el primer paso hacia la destrucción del Imperio? De eso, básicamente, se trata esta historia, una odisea mucho más descarnada y menos aventurera que las anteriores, más cercana al género bélico que a la fantasía a la que ya estamos tan acostumbrados.
Después de las presentaciones de rigor, “Rogue One” se encamina derechito hacia un “Día D” intergaláctico, el principio del fin de este conflicto armado que comenzó con el derrocamiento de la República. Gareth Edwards, director de “Godzilla” (2014), no se detiene en imágenes y escenarios glamorosos como sí ocurre con las precuelas. Acá, todo es sucio y desprolijo, la galaxia sufre bajo las garras del Imperio y la persecución hacia los disidentes se nota en los rincones más alejados.
Todo comienza con Galen Erso (Mads Mikkelsen), uno de los responsables de construir el arma más poderosa con la que cuentan los malos. El científico logró huir del Imperio, pero no pasa mucho tiempo hasta que Orson Krennic (Ben Mendelsohn) vuelve a encontrarlo. Galen decide colaborar para salvar a su familia, pero las cosas no salen del todo bien y la pequeña Jyn debe darse a la fuga.
Jyn Erso (Felicity Jones) creció si saber el destino que sufrió su padre, al cuidado de Saw Gerrera (Forest Whitaker), un rebelde demasiado extremista, incluso para la Alianza. Desde su adolescencia la chica siguió por su cuenta, llevando una vida delictiva, alejada tanto de los malos como de los buenos.
Un piloto imperial disidente, un mensaje del mismísimo Galen y el descubrimiento de la existencia de la Estrella de la Muerte, ponen en alerta a la Alianza Rebelde que intentará utilizar a Jyn para llegar hasta su padre.
“Rogue One” no se detiene a contarnos infinidad de detalles sobre el pasado de sus personajes. Lo importante son sus acciones presentes, sus actitudes, a través de las cuales los vamos conociendo realmente. La historia no es tan diferente a, por ejemplo, “Rescatando al Soldado Ryan” (Saving Private Ryan, 1998), donde un grupo de oficiales decide hacer la diferencia y encarar una misión casi suicida por un bien mayor y, en ultima instancia, encontrarle sentido a todo el horror y la destrucción que la guerra acarrea consigo.
Si con Finn (John Boyega) descubrimos que no todos los stormtroopers están hechos para la batalla, con Cassian Andor (Diego Luna) aprendemos que los rebeldes tienen un lado menos heroico (y más humano) y unas cuantas cositas de las cuales arrepentirse. Acá nadie es perfecto, más bien van aprendiendo de sus errores, y esta misión puede ser lo que necesitan para redimirse.
No pueden faltar las referencias, ni algunas caras bien conocidas, pero Edwards no abusa del fanservice, ni de los personajes simpáticos y queribles. Más allá de las diferentes razas de alienígenas, acá no hay necesidad de despacharse con un desfile constante de extrañas criaturas. El robotito de turno es K-2SO (Alan Tudyk), un androide imperial reprogramado por los rebeldes y miembro activo del equipo, con un nivel de sinceridad al 100%. Un personaje genial, de los pocos comic relief que tiene la película, que en seguida nos recuerda a TRAS, el irónico robot de “Interestelar” (Interstellar, 2014).
Jyn Erso no está destinada a convertirse en una nueva Rey (Daisy Ridley), pero cumple muy bien su papel de (anti)heroína en busca de su lugar en el mundo. Es bueno ver a más personajes femeninos sumarse a lo largo de la saga, no sólo el regreso de Mon Mothma, sino hasta varios pilotos de la Alianza Rebelde.
La Fuerza tiene su representante en Chirrut Îmwe (Donnie Yen), un guerrero no vidente que cree firmemente en ella. Junto a su compañero Baze Malbus (Wen Jiang) forman una dupla que, cada vez que aparece, tiende a robarse la película. No voy a entrar en detalles sobre “esos” personajes tan conocidos, ya se sabe que aparecen y son clave en cierto punto, pero no vienen a opacar a los verdaderos protagonistas, sino a llenar los baches dejados entre trilogía y trilogía.
“Rogue One” es un one-shoot que viene a llenar esos agujeros narrativos y, de paso, conectar lo nuevo y lo viejo rescatando lo mejor de la saga: las películas originales. Si los nuevos episodios parecían fuera de época y un desparramo de pantalla verde, Edwards y los responsables de los efectos especiales y la puesta en escena tuvieron especial cuidado para que esta historia pareciera mucho más una precuela de “La Guerra de las Galaxias” que una secuela de “La Amenaza Fantasma” (1999). Volver a ver a los X-Wing y los Tie-Fighter enroscados en el aire tiene ese olorcito a nostalgia que enamora, pero hay mucho más, acá la batalla se libra desde varios frentes: en el espacio, en tierra y en las conciencias de los involucrados.
“Rogue One” tiene casi todo a favor porque nos cuenta una historia muy diferente desde su base y concepción. No es el relato de un héroe solitario, sino de la hermandad en tiempos de guerra y los sacrificios que se deben afrontar, de un lado y del otro de la contienda.
Su punto más flojito son ciertas actuaciones (reales y no tanto) que pueden desequilibrar algunas escenas, pero no molestan en el balance general. Lo que más se sufre (por acá) es la falta de la característica secuencia de títulos y una partitura poderosa como la de John Williams. Michael Giacchino hace un gran trabajo, pero la banda sonora no termina de estar a la altura de las circunstancias.
Son pequeños detalles que enturbian una gran historia épica, dramática y llena de acción, que demuestra que no necesita de caras conocidas para expandir este universo y emocionar con un relato que, desde el vamos, sabemos como termina. “Rogue One” se mira y se disfruta como si fuéramos pequeñines descubriendo el mundo que nos planteó George Lucas en 1977. Por supuesto, siempre acompañados de la Fuerza.