La secuela de la precuela
De la mano del gigante Disney, el universo creado por George Lucas en 1977 continúa expandiéndose, ahora con una historia autónoma que sólo toca de forma periférica el conflicto principal de la saga. Alejada del tono amistoso de sus predecesoras, más cruda y con nuevos personajes (pese a algunos cameos con viejas caras conocidas), el director Gareth Edwards (Godzilla, 2014; Monsters, 2010) entrega un relato entretenido que, entre otras cosas, afronta el desafío de no tener -por primera vez- el apellido Skywalker como centro de atracción principal.
Podríamos considerar a Rogue One como una especie de “secuela de la precuela”, dado que transcurre en algún momento entre el episodio III (“La Venganza de los Sith”, 2005) y el IV (“Una Nueva Esperanza”, 1977). Es decir, en el peor momento de la Alianza: con los Jedis casi borrados del mapa, los rebeldes a la defensiva y en franca retirada, y el Imperio extendiendo su dominio tiránico a lo largo y ancho de todo el universo.
En ese marco, la atención gira -otra vez y para variar un poco- alrededor de la construcción de la estrella de la muerte. La indomable Jyn Erso (Felicity Jones) -criada por el rebelde extremista Saw Guerrera (Forest Withaker), e hija de un importante científico involucrado en la construcción de esta jodida-arma-rompe-planetas-, intentará robar los planos que detallan las fallas sistémicas de esta mortífera estación espacial. Para ello (y como no podía ser de otra manera), contará con la ayuda de un grupo un tanto disfuncional capitaneado por el espía rebelde Cassian Andor (Diego Luna).
Más allá de todos los guiños y marcas identitarias que pululan a lo largo de la película (en general, con buen tino), lo –+que distingue a Rogue One del resto de la saga es su tono bélico. Si bien sigue siendo Star Wars, el foco ya no está en los Jedis, la Fuerza o las peripecias de la divertida aventura intergaláctica. Lo que importa acá es la guerra, y las consecuencias que esta trae para todos los que participan en ella.
En este sentido, los guionistas Chris Weitz y John Knoll construyen una historia más cruda y seria que -sin llegar a ser un drama bélico, y sin pretender elaborar una reflexión demasiado profunda- considera a la guerra no como algo “bonito” o “divertido”, sino como lo que es: algo bastante terrible en donde muere mucha gente y en donde los límites éticos o morales a menudo se vuelven difusos.
En este sentido, el film se permite complejizar un poco la concepción romántica entre el bien y el mal que prima a lo largo de la saga. Quiero decir, si hasta acá los límites entre ambos polos eran tajantes y estaba claro quién era el bueno y quién el malo (Jedi VS Sith; el lado luminoso de la Fuerza VS el lado oscuro de la Fuerza; la Alianza VS el Imperio), en Rogue One nos damos cuenta de que, quizás, los buenos no son tan buenos como parecen.
El mejor ejemplo de esto es el Capitán Andor, un espía de los rebeldes con un prontuario cuestionable que maneja un código de honor un poco alejado al del héroe tradicional. Si bien su conflicto interno es tratado de modo un tanto superficial (y encima luego se resuelve con una línea de diálogo mágica que lo expía de todas sus culpas), es bienvenida la búsqueda de grises en los personajes. Después de todo, son esos matices los que nos definen como humanos.
El personaje de Jyn Erso es más clásico (y predecible): encarna a la mujer bad-ass independiente que no le importa nada de la vida hasta que encuentra una causa digna por la que luchar. La buena actuación de Felicity Jones logra darle un aire de fragilidad que hace un poco más atractivo al personaje y lo saca de la monotonía. El resto del rebaño son personajes secundarios bastante olvidables, a excepción de K-2SO (Alan Tudyk), el robot imperial reprogramado por los rebeldes que -sin ser una maravilla de la comicidad- tiene un par de buenos momentos.
En el lado negativo de la balanza, podemos colocar al menos dos elementos que atentan contra la efectividad de la película (que igualmente vale la pena ir a ver):
Algunas insuficiencias del guión en la estructuración de la historia: la atolondrada introducción de múltiples planetas, locaciones y personajes hace que, por momentos, la trama resulte un poco confusa. En ese sentido, la segunda parte del relato -una vez clarificado el conflicto principal- funciona mucho mejor que la primera.
La irrelevancia de la historia en relación al conflicto de la saga general: En pocas palabras (y planteando la pregunta un poco a modo de chiste): ¡¿A quién le importa como consiguieron los planos para destruir la primera estrella de la muerte?! ¡¿Era necesario hacer una película sólo para esto?! Antes de que me salten a la yugular, me gustaría hacer una diferenciación, porque es probable que el fandom disfrute y aprecie mucho este aspecto, y que de hecho considere que sí, que era necesario hacer un filme que llenara este hueco de la trama de Star Wars (y está bien que así opinen). Pero en cambio, para aquellos que, como este cronista, disfrutan de la saga pero no se consideran fanáticos, puede resultar innecesaria la realización de toda una película para explicar algo que, en el fondo, no afecta en nada al resultado general de la historia. Y todo esto con el agregado de que, a grandes rasgos, ya sabemos como va a terminar…
Aún así, la película es entretenida, respeta la esencia del universo de Lucas, tiene efectos visuales espectaculares y permite al espectador matar la ansiedad antes de la llegada del próximo episodio el año que viene, en donde seguramente sí volverán las espadas laser, Finn, Rey, Luke Skywalker y la mar en coche. Mientras tanto, la industria de los blockbusters-pochocleriles nos permite contentarnos con Rogue One: una buena historia de héroes anónimos que luchan con valentía para que, al menos, nos mantengamos al borde del asiento hasta el final de la función.
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