Rogue One pone en marcha la esperanza en el universo Star Wars
Ni un episodio pleno como los siete que integran la historia oficial ni una historia aislada, desgajada del resto. Rogue One es una pieza clave en el engranaje temporal que los herederos de George Lucas se han resuelto a armar con paciencia y dedicación a casi 40 años de la aparición de la saga. Ya sabemos que Rogue One relata un episodio decisivo de esta cronología: un grupo de rebeldes quiere asestarle al Imperio un golpe decisivo robando los planos de la Estrella de la Muerte. Estamos, según el reloj, en el momento exacto que precede al Episodio IV, el primero que rodó Lucas en 1977.
Pero, además de enriquecer ese extenso calendario, Rogue One desde su aparente (y equívoco) aislamiento frente al resto de la historia orgánica de Star Wars no hace más que potenciar y perfeccionar el camino de regreso a las fuentes que J. J. Abrams inició con el Episodio VII, sobre todo para la generación que creció en paralelo con la evolución de la saga.
En Rogue One las preguntas sobre el despotismo del Imperio y la justificación de las operaciones rebeldes adquieren más relevancia que nunca. Estamos ante un relato bélico liso y llano, el más crudo y de mayor acción de toda la historia de Star Wars, en el que los combatientes usan armas de fuego en vez de sables luminosos y casi no hay lugar para Jar Jar Binks, los robots o los aliens, aunque el androide K-2 (un brillante Alan Tudyk) se roba varias escenas.
Más humana y menos especulativa que sus predecesoras, Rogue One es el relato de una misión tan arriesgada como la que podrían enfrentar en otra dimensión los "indestructibles" de Stallone o los Siete Magníficos del western, aunque en este caso el sostén fundamental del heroísmo del grupo está marcado por el liderazgo de una joven mujer, Jin Erso, construida a pura convicción y entereza por Felicity Jones.
Hay elementos más viejos (la compleja relación entre padres e hijos) y más nuevos (la presencia de un elenco multirracial) de la saga que funcionan bien porque se ponen siempre al servicio de una constante tensión narrativa entre secretos develados y estallidos de acción pura manejada con pulso firme por Edwards, sobre todo a lo largo de la extensa y notable batalla final. Es cierto que no faltan ni Darth Vader ni los stormtroopers. Tampoco algún villano resucitado digitalmente (el Tarkin de Peter Cushing, fallecido en 1994). Pero todas estas marcas se ponen al servicio de un entretenimiento sin pausas y de un gran personaje femenino, cuyo valor está a la altura de un Han Solo.