Es el primer desprendimiento de la saga galáctica más grande que la vida. La precuela de lo que pasó allá lejos y hace tiempo en una galaxia muy lejana llamada planeta tierra 1977. Y lo que sigue a esa gran operación de reanimación que significó el episodio VII. Lo que se cuenta en Rogue One nace casi de una frase, dicha en la primera de las películas: aquello que cambió la vida de tanta gente y se asentó como uno de los grandes hechos culturales de nuestro tiempo. Por lo tanto, hay aquí espacio para la inventiva, resultante en una gran belleza y variedad de puestas y entornos visuales. También una guerrera, interpretada por la convincente Felicity Jones, hecha de abajo, rodeada por un grupo de personajes jugosos, interpretados por gente que parece haberlo pasado bien: el villano de Ben (Bloodline) Mendelsohn, el danés Mads (Hannibal) Mikklesen, el mexicano Diego Luna. En equilibrio entre su historia y LA historia a la que pertenece, Rogue One consigue dos horas largas más que dignas de acción y aventura sólida, y más adulta que episodio VII. Hay guiños para fans, múltiples detalles genealógicos, pero si le sacaras todo eso y la vieras despojada de todo contexto, se la banca como una buena película a secas. El guión es imperfecto y acumula excesos (de minutos, de guiños, de subtramas, acaso de personajes), pero todo se entiende y, en definitiva, como su discurso político (la rebelión es la esperanza) tampoco importa demasiado. Por alguna gracia, nada de eso se interpone en su vuelo y en, sí, su fuerza.