La tercera película de Benjamín Naishat, "Rojo", ganadora en San Sebastián, es un movilizante relato sobre una sociedad podrida y corrompida pre anunciando lo que vendrá, o lo que ya estaba instalado en las napas. Una provincia argentina en 1975. A Benjamín Naishat no le hace falta dar mayores precisiones sobre dónde ni cuándo ubicar su historia.
Es un país en un año muy particular. Con dos largometrajes anteriores, Naishat demostró no tenerle miedo a los temas difíciles. Aborda el cine social, desde la crítica, y desde la mirada interna de lo que quiere criticar.
Recurre a simbolismos enriquecedores, pero no a lateralidades. Ya sea un microcosmos encerrado por supuesta seguridad, temeroso de un afuera que desconoce y con el mal en su entrañas, como en Historia del miedo; o las llanuras pampeanas en el Siglo XIX atravesadas por grupos políticos que intentan sobrevivir en medio de la anarquía social, en "El movimiento".
El de Naishat es un cine político, social, comprometido, y arriesgado visual y narrativamente. Nada de eso cambió en "Rojo", por el contrario, es la consagración de su fórmula, y se celebra. "El movimiento" viajaba a otro siglo, a los primeros años de nuestra historia. Historia del miedo, se situaba en la actualidad de los countries en debacle.
Rojo vuelve al pasado, ¿a un punto intermedio? Los años setenta, y no cualquier año, 1975. No es la Ciudad de Buenos Aires, pero tampoco es un pueblo rural. Una ciudad chica, en alguna provincia, sin identificar. Claudio (Darío Grandinetti), es un abogado que cena tranquilamente junto a su esposa Susana (Andrea Frigerio) en un restaurante de la zona. En medio de la noche, un hombre (Diego Cremonesi) irrumpe y lo increpa, discuten, y se va; para luego volver a la carga afuera del local.
El asunto se va de rumbo, algo ocurre, y Claudio decide tomar una decisión drástica.
Tres meses más tarde, cuando la vida sigue y ya no parece haber vestigios de ese hecho, una mujer con un repentino ataque de pánico, y un detective chileno mediático (Alfredo Castro) que en busca del hermano de esa mujer, comenzará a revolver el pasado. Rojo tiene en su corazón un policial, un asunto oscuro que hay que resolver, y dos personajes que juegan al gato y al ratón.
Pero en realidad, lo que importa, es el cuadro amplio de escena. Es 1975, un año antes del golpe militar y los siete años de un gobierno de facto sangriento y corrupto en todos los niveles. También son los años de la AAA, y de ese clima de lo que todavía no se anunció, pero ya está.
A partir de 1983, con la vuelta de la democracia; Argentina inició un difícil recorrido de desentrañar qué es lo que sucedió durante aquellos años. El primer juicio a las juntas, el Nunca Más, el reconocimiento de hijos-nietos y desaparecidos con una cifra indiscutible, las leyes de obediencia debida y punto final, los indultos, la revocación, y los juicios actuales.
En el medio, la sociedad comenzó a asumir que no fue sólo un golpe de brazo militar, que hubo también apoyo de la cúpula de la iglesia católica, y también, una fuerte e imprescindible presencia civil, como colaboracionistas, y apoyando el status quo.
De eso habla Rojo, de una sociedad que ya estaba preparada en sus entrañas para que venga un golpe militar a pedir del conservadurismo. Claudio es un sorete, pero es un hombre respetado en la comunidad. Su mujer sabe lo que hizo, pero no tiene tiempo de decir algo entre peinar su lacia cabellera, jugar al tenis, y codearse con el jet set. La provincia es intervenida por militares, y el interventor se debate entre ser todo lo fascista que un militar puede ser, y ser un obsecuente frente la presencia extranjera.
Ente los jóvenes también se instala la idea de que ahí, las reglas las hacemos nosotros. En el colegio preparan una puesta de danza sobre La cautiva; y en cada esquina se habla de apariciones y desapariciones, así, “puor la galerie”. Podrían trazarse diagonales directas entre "Rojo" y el condimento político de "El movimiento", pero sobre todo con "Historia del miedo", y ese microcosmos en el que la pertenencia hace creer que hay reglas propias, y en donde el factor externo es una amenaza. Todos y todo está corrompido, y lo peor, asumido, hay que mantener la situación.
A través de constantes simbolismos, se plantea una mecánica nauseabunda, y a la vez hipnótica.
Naishat se luce con un gran control del campo completo. Maneja un relato visual, sonoro, y textual, por separado, y los une para presentar un cuadro completo y abarcador. "Rojo" es una propuesta apabullante, un mazazo a las buenas consciencias. Darío Grandonetti sigue sorprendiendo con excelentes actuaciones. Su concha en San Sebastián es merecidísima.
Él mismo odia a Claudio, y nos lo hace ódialo, pero sin nunca perder el verosímil. Andrea Frigerio demuestra una vez más que el cine es el ámbito que eligió para crecer, pura clase y gestualidad. Sobresaliente. Diego Cremonesi (que no para de crecer), Alfredo Castro, y Susana Pampín, acompañan también con sólidos trabajos.
"Rojo" es una propuesta difícil, quizás el público más tradicional la encuentre algo críptica. Pero es más difícil por el tema que plantea. Va más allá de su línea argumental, genera varias sensaciones, y expone la hipocresía de una sociedad que, de una buena vez, debería dejar de mentirse a sí misma.