Benjamín Naishtat es uno de los realizadores argentinos más interesantes y creativos de la actualidad. Después de Historia del miedo y de la extraordinaria ficción política El movimiento, Rojo puede considerarse su film más accesible en términos narrativos, más cercano a los géneros clásicos (aquí el suspenso: hay un hecho violento que pende como una espada sobre el protagonista, un extraordinario y contenido Darío Grandinetti). Pero eso lo hace, también, mucho más rico en puesta en escena. El escenario es una ciudad del interior de la Argentina en 1975, cuando la violencia reinaba y la tragedia final estaba a la vuelta de la esquina. Hay una familia más o menos acomodada y hay hechos, pequeños o grandes, que se concatenan para pintar un fresco de época que es, en el fondo, una sátira social aunque (si bien no falta algo de humor) no sea una película “cómica”. Rojo se sostiene sobre una idea riquísima: que el espectáculo y la puesta en escena, la invención y la manipulación invisible a la que el cine nos invita son herramientas más efectivas para disparar el pensamiento que señalar con el dedo. Naishtat quiere que comprendamos a los personajes incluso en sus bajezas porque es la manera de ir al centro de la llaga. Hay, además, grandes momentos cinematográficos, algunos (el eclipse) de una enorme belleza y fuerza expresiva. No solo es una buena película: es de aquellas que siguen siendo interesantes cuando se prende la luz de la sala.