Una llanura tranquila
El realizador argentino Benjamín Naishtat, responsable de los excelentes films El Movimiento (2015) e Historia del Miedo (2014), se adentra en su último opus, Rojo (2018), en las agitadas aguas de la década del setenta a través de una amalgama de géneros para crear una historia sobre las relaciones sociales en el interior del país en los meses previos al golpe cívico militar de 1976.
Sin situar la acción en ninguna provincia específica de la Argentina, el film comienza a fines de 1975 para seguir el derrotero de un abogado del interior, Claudio Morán (Darío Grandinetti), que se ve involucrado en una investigación por la desaparición del hermano de una amiga de su esposa por parte de un mediático detective chileno a la vez que ayuda al marido de la misma amiga de su esposa a obtener ilegalmente el título de propiedad de una casa abandonada.
Naishtat crea aquí un relato entre el melodrama y el thriller policial cargado de metáforas sobre la violencia que se vivía y la que se avecinaba en el país en una época de graves enfrentamientos políticos que marcaron con sangre toda la historia argentina. Al igual que en sus opus anteriores el director crea secuencias que funcionan como eje del relato. Las dos primeras escenas ya dan cuenta de todo el conflicto que se cierne sobre los protagonistas. En la primera se sitúa la acción en septiembre de 1975 y se puede observar a distintas personas saqueando impunemente -pero con parsimonia y sin sobresaltar a los vecinos- una hermosa casa en alguna ciudad del interior del país. En la segunda dos hombres discuten absurdamente en un restaurant sobre modales y cortesías en lo que deviene en un escándalo y un enfrentamiento callejero. Ambas escenas tienen una tensión extraordinaria y marcan lo que será un trabajo realmente palpitante.
Distintas cuestiones como los secuestros seguidos de desapariciones, la intención de ocultamiento de las diferencias, la mentalidad de los grupos de tareas, los enfrentamientos entre la burguesía y todo lo que no representaba sus valores, la importancia de la fe católica para la derecha argentina y la relación con la cultura norteamericana surgen en el relato como elementos cotidianos en un manejo narrativo magistral por parte de Naishtat, ejemplificando todos estos asuntos a través de metáforas, alegorías, comentarios al pasar y diálogos casuales que indagan en el clima de violencia que se respiraba en Argentina. Al igual que en La Cinta Blanca (Das weiße Band, 2009), el realizador argentino intenta indagar en el huevo de la serpiente, o sea, en la matriz autoritaria y estafadora de una burguesía miserable que se alineó con lo peor de la milicia fascista ante la amenaza de la posibilidad de la distribución de la riqueza.
Las actuaciones de todo el elenco son excelentes construyendo las distintas escenas que expresan momentos de la idiosincrasia de la época y del sentido común de carácter autoritario, violento, aprovechador e incluso indolente y desentendido, que tendrá posteriormente en frases como “algo habrán hecho” una verdadera definición de la cobardía nacional. Tanto Darío Grandinetti como Andrea Frigerio, Laura Grandinetti, Diego Cremonesi, Alberto Suárez, Susana Pampín y el ecléctico Alfredo Castro aportan grandes interpretaciones a la composición colectiva de esta semblanza perturbadora y feroz de nuestra historia.
El trabajo de fotografía de Pedro Sotero, que ya había realizado una labor maravillosa en Aquarius (2016), el opus de Kleber Mendonça Filho, y el de Julieta Dolinsky en el diseño de producción, logran el objetivo de recrear la década del setenta con gran maestría, destacándose escenas como la del eclipse y muchas otras tomas muy importantes por su carácter metafórico, resaltando la importancia alegórica de la obra. Nuestro país aparece aquí como una tierra baldía, una llanura desértica a punto de colmarse de sangre y cadáveres. También se destaca la música de Vincent van Warmerdam, con sonidos disonantes y guitarras distorsionadas que expresan la angustia y la incertidumbre que sobrevuela un ambiente muy caldeado que desembocará en la peor dictadura cívico militar que el país haya conocido.
Al igual que en La Larga Noche de Francisco Sanctis (2016), el film de Francisco Márquez y Andrea Testa, basado en la novela de Humberto Constantini, Rojo decide explorar a través del desasosiego la violencia que se manifiesta más allá de la política, o sea, en la cotidianeidad. Ya sea en la violencia contra el trabajador, la violencia discursiva, la humillación, la miseria burguesa, la mentira, el miedo e incluso la crueldad contra los animales, la película de Naishtat expresa la ignominia que se apoderó de la sociedad argentina en pleno estallido social para dar lugar a un mazazo mortal de autoritarismo genocida.