Rojo

Crítica de Pablo O. Scholz - Clarín

El director de Historia del miedo y El movimiento vuelve con un filme conciso, muy bien estructurado sobre la degradación de una sociedad.

Es una película inquietante, también, sobre las miserias de la clase media argentina, ubicada en tiempos de cambio, difíciles. Es 1975, el gobierno de Isabel Perón está tambaleante, la Triple A opera más que desde las sombras, se avecina el Golpe de Estado y en un pueblito del interior de la provincia de Buenos Aires lo que se ve son miserias, humillaciones y mucho sálvese quien pueda más que solidaridad.

¿O acaso la escena que abre en silencio el filme, con un largo plano con cámara fija, en la que se ve a vecinos salir de una casa desvalijándola, no habla de un saqueo moral?

La que sigue es otra escena muy bien planteada por Benjamín Naishtat, en la que la confrontación entre dos comensales en un restaurante un sábado a la noche preanuncia algo que la película luego desarrollará en profundidad.

No hay mesa disponible, y un hombre increpa al mozo y a un comensal que está ocupando una mesa, pero no consume, que le dé su lugar. El que está sentado es cliente, el doctor Claudio Morán (Darío Grandinetti, quien demuestra por si hacía falta que cuando tiene en sus manos un buen papel y es guiado con justeza puede ser lo que es, un gran actor). La discusión no concluye ahí, ni termina bien.

Lo que sigue es una historia en la que confluyen el misterio, una transfugueada y un asesinato -no necesariamente en ese orden-, todo enmarcado en un thriller psicológico y en un ambiente recurrente como el del pueblo chico, infierno grande.

Lo que hace Naishtat es analizar con minuciosidad al protagonista, en cada una de sus actitudes, y al resto de los personajes. Claudio es un hombre respetado, pero como si se tratara un personaje de los hermanos Coen, si da un paso en falso hay que ver cómo reacciona a posteriori.

Los años duros han sido expuestos por nuestro cine desde muchas miradas, pero la de Naishtat resulta tan perturbadora como elocuente, aún sin mostrar mucho, sino a partir de sugerencias, de pequeños diálogos (el del interventor del pueblo con un periodista, o cuando presenta a unos “vaqueros” estadounidenses). La ambientación de época, sin grandes gastos, es estupenda, y le bastan un auto, unos bigotes o cigarrillos -la inclusión de una publicidad con Antonio Grimau es estupendamente reveladora- para convencernos de que estamos “viviendo” la época.

Hay subtramas mejor o no tan desarrolladas (la del interventor, la de la obra musical en la que participa la hija de Morán, interpretada por Laura Grandinetti, hija del protagonista en la vida real) y su historia de amor. Tal vez esté sin explotar la de la esposa de Morán -otra labor consagratoria de Andrea Frigerio-.

Pero son apenas cuestiones menores dentro de un filme contundente, que (re)descubre el talento de Naishtat, esta vez, sí, con una película más ambiciosa y que seguramente llegará a un público que, hasta el momento, no lo conocía.