Ejercicio simbólico y sutil sobre una oscuridad que se avecina.
La clave de un buen uso de los simbolismos es ser sutil. Cuando abunda la obviedad, lo que puede ser una noble invitación a la reflexión intelectual puede resultar en una pretensión. Afortunadamente, Rojo no cae en ese bando, y su propuesta policial es apenas la primera capa de significado de una reflexión mucho más sustanciosa.
Una noche de 1975, en una provincia argentina no descrita, se arma un altercado en el restaurant de un Club entre un extraño y los comensales del lugar, entre los que figura Claudio, el abogado del pueblo. Cuando dicho extraño confronta a Claudio, será el punto de partida de un conflicto que lo mantendrá a este último bajo presión a manos de un detective que viene a investigar qué fue lo que ocurrió aquella noche.
Rojo es una trama de cocción lenta, es una de esas películas que muy teatralmente toma la primera mitad del metraje para profundizar en el universo y sus personajes, y la segunda desarrolla a toda máquina el misterio a resolver. Cabe decir que su final y algunos cabos sueltos pueden llegar a desconcertar. Sin embargo, es todo parte de un plan.
La propuesta policial que posee en apariencia es planteada y resuelta de una manera clásica. Es un tono que la película jamás descuida porque sabe que es el marco de género que atraerá espectadores a las butacas, aunque sus verdaderas intenciones, aquellas que Rojoverdaderamente se propone (y, ya que estamos, logra) descansan en los sendos simbolismos. Donde se muestra incipiente la semilla de lo que sería la última dictadura militar y el impacto que produciría en la sociedad. Todo está ahí: lo financiero, lo social, la represión, la hipocresía, los sinónimos literales y metafóricos de la desaparición. Esa luna roja que baña todo, como anticipándose al baño de sangre que van a ser esos años. Uno lo ve, pero los personajes no; una desesperación que te genera ganas de decirles “No sabés en la que te estás metiendo. No sabés cuánto te vas a arrepentir”.
En materia técnica la película cuenta con una gran riqueza fotográfica y de dirección de arte, en particular por su uso del color, en donde el Rojo titular no es la única textura destacable pero sí la más intensa. Ese deseo de utilizar el zoom como si fuera una telenovela de los años 70 a medida que los personajes se adentran más y más en la hipocresía mirando para otro lado, es también otra de las demoledoras observaciones que hace el film.
En cuanto a actuaciones, Darío Grandinetti entrega una digna interpretación, acompañado con igual dignidad por Andrea Frigerio en el papel de su esposa. Diego Cremonesi en su escasa aparición ratifica por qué es uno de los intérpretes más destacados de su generación. Sin embargo, quien sobresale por encima de la media es Alfredo Castro, quien con su Sinclair da vida a lo más cercano que Latinoamérica ha tenido a un Hércules Poirot.