Roma

Crítica de Guillo Teg - El rincón del cinéfilo

Obra de arte en tres cartas de amor en una: al cine, el recuerdo vivo y a Cleo

Si algo está muy claro ya desde hace algunos años es que el nacimiento de NETFLIX cambiará la historia de la industria audiovisual para siempre, y es la razón fundamental para escribir sobre éste estreno que dividiremos en dos partes. Si quiere sólo saber de la película saltee la primera y vaya directo a la segunda.

Primera parte: El nuevo contexto.

Es que la empresa, nacida hace más de veinte años en USA, comenzó como un videoclub virtual con una página de internet mediante la cual se alquilaban películas que llegaban a domicilio. Ya no hacía falta ir al local a elegirla. El crecimiento fue tal que sacó de la competencia a la mítica cadena Blockbuster en todo el mundo, y muy pronto erradicaría el servicio de entrega a domicilio para transformarlo en una virtual plataforma en internet que (por una tarifa fija) da acceso al catálogo, dejando a la industria del DVD y del BLU-RAY frente a la inevitable desaparición y, dato no menor, redujo la piratería de manera notable. ¿Cuánto hace que no ve en la calle esa “alfombra” de títulos que más de un oportunista extendía por las veredas de Buenos Aires? Hay alguno todavía, sí. Pero cuando los aparatos reproductores de DVD dejen de existir el formato desaparecerá. Los tiempos cambiaron muy rápido y el negocio creció desproporcionadamente, porque para poder competir todavía más con los pocos videoclubes tradicionales remanentes, NETFLIX encargó en 2011 la realización de la serie “House of cards” (2013-2018) para ofrecerla como contenido exclusivo a sus suscriptores. Es decir, no solamente tiene los derechos para comercializar los lanzamientos cinematográficos por internet, sino también para decidir sobre sus propios productos.

Hoy, la empresa produce sus propias series y sus películas al punto tal de digitar sus estrenos como se les antoje, porque total su número de espectadores no para de crecer. ¿Recuerda cuando un par de sus producciones no calificó para competir en Cannes el año pasado? Ni se mosquearon. El siguiente festival clase “A” los recibió con los brazos abiertos. ¿Consecuencia? Cannes se puso en marcha para inventar una nueva categoría que los incluya.

Hasta ahora en “El rincón del cinéfilo” hemos abordado los estrenos en salas comerciales en el más tradicional sentido. Los tiempos cambian y como “Roma” es la primera producción de NETFLIX que tiene, no solamente las mayores chances de lograr varias nominaciones al Oscar sino de ganar un par como mínimo (película de habla no inglesa y dirección de fotografía). Una vez más la empresa rompe los esquemas y se coloca como un jugador con peso específico y poder suficiente como para hacer tambalear el mercado. ¿Qué pasaría si un día el CEO se levanta de mal humor y le dijese a Warner o a Fox, o a lo que queda de la MGM, que ya no quiere tener ninguno de sus productos en el catálogo? ¿Cuánto representaría en millones de dólares esa pérdida para el estudio por derechos de exhibición on line?

Disney, a punto de adquirir la Fox, ya está detrás de su propio canal de internet. Pronto, hablaremos de los estrenos en salas, pero también de los que se produzcan en internet. La industria se fagocita así misma sin límites, pero esto es otra historia porque ahora nos toca hablar de la excelente película de Alfonso Cuarón que se ha estrenado (o no) la semana pasada.

Segunda parte: La película

Plano cenital de baldosas del patio cubierto de una casa. Balde con agua sobre la que se refleja el cielo y un avión que pasa en su altura. Pasa ese avión con la misma certeza con la cual sabemos que antes pasó otro y que habrá más después. Hay un tiempo de transición entre cada viaje, y este será la descripción de uno de ellos.

Lentamente van despertando los sonidos externos e internos en la casa de una familia de clase alta en el barrio que refiere al título. Con la sutileza que da el arte, pero también con la precisión de un lápiz de arquitecto, escuchamos y vemos baldear ese patio. Una escena que, como tantas otras a los largo de poco más de dos horas, tendrán un sentido y se resignificarán luego. Es cierto que todo lo que veremos a continuación tendrá un tono autobiográfico ubicado, históricamente, en la infancia del autor.

Para lograr una mirada externa sobre su propia vida, el guión cambiará el punto de vista porque la vida de esta familia la veremos a través de los ojos de Cleo (Yalitza Aparicio), la niñera de los cuatro hermanos y ayudante en los quehaceres domésticos que además sirve como botón de muestra de la enorme diferencia de clases en cualquier lugar del mundo, dándole a la película una universalidad temática conceptual. El recorrido lineal, sin embargo, presenta una conflictividad relativa en la vida de la familia, como la poca presencia del padre (Fernando Grediaga), algunos excesos por parte de la madre (Marina de Tavira), o la omnipresencia de la abuela (Verónica García).

Centra su mirada sobre la empleada que anda con un problema importante a resolver (por miedo) fuera de la casa donde trabaja. De este punto se aferra el realizador para hablar sobre el ninguneo étnico, la desigualdad de oportunidades y hasta de la identidad cultural. Cleo se resigna a que el mundo es como es, pero su mirada lo trasciende, lo interpela y deja su cruel miseria en evidencia

Al tratarse de un texto con un noventa por ciento de recuerdos de la infancia, ubicados entre 1970 y 1971, la minuciosidad lograda tanto en lo evocador de los sonidos cotidianos como en el contexto político que se vivía entonces, el mexicano alcanza un nivel de sinceridad emotiva que traspasa la pantalla y se vuelve un vehículo hipnótico-sensorial hacia el pasado con anécdotas de todo tipo que no conviene revelar aquí.

El otro prodigio, además del diseño y edición sonora, es la dirección de fotografía que esta vez es realizada por el mismo Alfonso Cuarón, ante la falta de su preferido, Emmanuel Lubezki. Virtualmente es como ver un álbum de fotos que funcionan como recuerdos familiares, pero también como una suerte de corresponsalía periodística de la época.

En su conjunto, ver “Roma” es ser testigo de un gran monumento a la memoria emotiva y al recorte de un tiempo que nos pertenece a todos. Esos momentos en la historia individual que se marcan a fuego y precisan de una conexión expresiva para salir a la luz. Si se habla de prodigio, la cámara (y sus movimientos) tiene la virtud de estar, sin juzgar, como testigo presencial de las situaciones que se plasman. Se mueve a otro ritmo en el set, distinto del agua de una playa, de un auto, de un afilador en bicicleta y también del elenco, más allá de lograr un sinfín de encuadres que funcionan como homenajes al cine de todos los tiempos.

“Roma” es tres cartas de amor en una: al cine, al recuerdo vivo que nos hace humanos y por supuesto, a Cleo. Una magnífica obra de arte.