Ya no es una novedad que Alfonso Cuarón (“Children of Men”, “Gravity”) es uno de los directores más importantes y prolíficos de la actualidad. Su visión como autor y su entendimiento del medio audiovisual exudan cinefilia en estado puro. En esta ocasión, el realizador mexicano decidió dejar momentáneamente la grandilocuencia de la industria hollywoodense para contar una historia más intimista y personal que refleja su infancia en la Colonia Roma, un barrio de clase media de la Ciudad de México. El largometraje cuenta la historia de Cleo (Yalitza Aparicio), una joven sirvienta de una familia que vive en la Colonia Roma. En esta carta de amor a las mujeres que lo criaron, Cuarón compone una oda nostálgica, emotiva y dolorosa a su propia experiencia durante su primeros años en la década de los ‘70. Un retrato realista y emotivo de los conflictos domésticos y el clima sociopolítico durante la agitación en ese convulsionado período histórico.
El director, además de escribir y dirigir, se encarga de realizar la exquisita fotografía que muestra su profundo entendimiento del espacio escénico, el manejo de la cámara y un maravilloso trabajo compositivo. Cada imagen de “Roma” conforma una verdadera obra de arte en blanco y negro. Pero la estética no es el único triunfo del film sino que también estamos ante un enorme trabajo a nivel actoral y narrativo.
El autor sabe muy bien cómo insuflar a sus historias de emotividad y a sus personajes de una carga sensitiva que transformará las evoluciones de sus arcos dramáticos. El personaje de Cleo tiene que cuidar a los hijos de su patrona durante todo el día y así crea un vínculo afectivo donde los termina queriendo como si fueran sus propios hijos. Por otro lado, se verá la contraposición de este punto cuando se entera que está embarazada luego de tener uno de sus primeros encuentros sexuales. El personaje de esta mujer es bastante complejo y está lleno de matices que le van dando un carácter propio y provocando un claro crecimiento a lo largo de todo el metraje.
“Roma” es uno de los capítulos más personales en la obra de Alfonso Cuarón. Un film obligatorio para entender a la persona detrás del autor. Con altas dosis de autorreferencialidad y un ritmo pausado pero funcional, el largometraje compone un excelso ejercicio técnico y narrativo que no dejará indiferente a ningún espectador, incluso cuando en ciertos pasajes se apele al rechazo por parte de la audiencia con algún que otro golpe bajo.