Según declaró varias veces Alfonso Cuarón, y así lo confirma en el final de “Roma”, dedicó su última película a Libo, una empleada doméstica que trabajó en su casa desde que él era un bebé. El filme se transforma así en un homenaje a personas que dedican su vida o parte de ella a cuidar de la casa y de la familia que los emplea. Ese es uno de los aspectos más destacados de “Roma” y Cuarón lo narra con delicadeza en un nostálgico blanco y negro que remite a los años 70, la época en la que transcurre el filme, y que Cuarón recreó obsesivamente. Inclusive lo hace al abordar de manera indirecta el contexto político a través de un violento episodio que se conoció como La masacre de Corpus Christi. La protagonista es Cleo, una de las dos chicas de origen mixteco que trabajan y viven con una familia del barrio Roma, uno de los distritos de clase media de la capital mexicana. Su vida transcurre en silencio y de manera rutinaria, e incluso en los momentos más dramáticos que le tocan vivir, su sufrimiento es discreto. Con excepción de algunas escenas en las que Cuarón subraya lo que ya está claro, como cuando muestra a prácticamente a todas las empleadas domésticas lavando a mano la ropa al mismo tiempo en las terrazas de las casas del barrio, “Roma” es un relato conmovedor de una realidad que no es patrimonio de México. Una historia similar narró Sebastián Silva en “La nana” (2010), premiada en Sundance, Biarritz y La Habana, y aspirante a un Globo de Oro.