Justiciero solitario.
Román es la ópera prima del director argentino Eduardo Meneghelli. Con la actuación protagónica de Gabi Peralta (Angelita la doctora) y un elenco principal completado por Arnaldo André, Carlos Portaluppi, Nazareno Casero, Horacio Roca y Aylín Prandi, la película toma varios elementos del policial negro para contarnos la historia de un joven policía de la bonaerense que se niega a acatar las normas de un sistema corrupto.
Gabi Peralta interpreta al personaje que le da título a la película de Eduardo Meneghelli. Román es un tipo parco, de pocas palabras, que está a gusto con su profesión de policía de calle y no tiene la más mínima intención de modificar su vida, como nos queda claro a partir de una buena escena inicial donde lo vemos a bordo de un móvil de la Federal junto a su compañero Lucas (Casero). Además de su ronda de todas las noches, Román va al gimnasio, pasa algo de tiempo con un vecino amigo (Roca), asiste regularmente a la iglesia del barrio y mantiene un amorío con la atractiva Helena (Prandi). Su idílica vida se verá alterada cuando descubra algunos manejos extraños entre su compañero Lucas y el jefe de la seccional (André), cuando su amigo sea desalojado injustamente por el mafioso del barrio y cuando descubra que ese “dueño” no oficial de la zona no es otro que el marido de Helena.
Al margen de algunas actuaciones protagónicas algo flojas, la película de Meneghelli tiene buenas intenciones a partir de escenas como la mencionada que le da inicio al relato y otras pequeñas secuencias que, a partir de algunos hechos aislados protagonizados por Román, nos van proporcionando una radiografía del personaje principal a fin de ir construyéndolo desde sus características más salientes y de prepararlo para el conflicto principal que hace a su historia. Su altura moral, su incorruptibilidad y su sentido de la justicia combinan perfectamente con su profesión y con ese carácter de acero, autoexigencia y sacrificio personal que también lo definen.
Salvando todas las distancias entre títulos, los problemas de Román aparecen cuando plantea su mensaje al estilo Batman. Lo que tenemos es una figura de autoridad, radicalmente disconforme con el sistema del que es parte, que decide tomar justicia por mano propia. Pero mientras cineastas como Nolan, por nombrar a uno de los últimos encargados del Caballero Oscuro, presentan a un personaje inicialmente dubitativo, confundido y hasta equivocado que crece a partir de sus experiencias personales para poder empezar a delinear un código moral con muchos matices por el cual regir su accionar, esta versión argentina encuentra sus principales pecados en empezar asumiendo que su manera de hacer las cosas es la correcta, justificando así una serie de actos que, por lo menos, son de una gravedad importante. Y esa gravedad de la situación, que en el caso de Román está bien que aparezca porque ese es el mundo donde se mueve, termina resultando muy endeble a partir de la mirada polarizada con la que el protagonista encara la vida. Todo para él es en blanco y negro, sin grises. Y la realidad, sobre todo la suya, no puede simplificarse de esa manera.