La ópera prima de Eduardo Meneghelli, "Román", es un policial de estilo clásico, plagado de tantos errores que la terminan redefiniendo. Dícese del consumo irónico, aquella costumbre de consumir un producto, con la consciencia de que no es algo bueno, y por el sólo disfrute de poder criticarlo y/o tomarlo a burla.
Placer culposo es una adjetivación para todo aquello que consumimos, y nos da vergüenza reconocer que lo hacemos. Puede ser una comida de muchas calorías, o algo malo, en el sentido amplio de la palabra. Según algunos, una costumbre que creció exponencialmente los últimos años junto al crecimiento de las redes sociales.
Muchos estudios lo analizan como un fenómeno en concordancia al poder comentar lo que estamos viendo, y generar un debate, una polémica. ¿Cuántos canales de YouTube hay dedicados a la “crítica aficionada” ya sea de películas “raras” o de cualquier cosa que nos parezca mal? ¿Cuántos posteos en redes por minuto se hacen refiriéndose a otro posteo que nos parece incorrecto? Algo de todo eso hay entre el consumo irónico y los placeres culposos. ¿A qué viene toda esta larga introducción?
"Román", la ópera prima de Eduardo Meneghelli, muy probablemente encuentre un lugar cómodo dentro de esa franja, hasta puede llegar al extraño podio de “película de culto”.
¿Es un manual de todo lo que no hay que hacer en cine? Sí, si queremos hace todo bien.
Pero también existe aquel axioma “No importa que hablen mal de nosotros, lo importante es que hablen”, y visto desde esa perspectiva, es más probable que un futuro se hable más de Román que de otras películas más promedio, y por lo tanto intrascendentes ¿o acaso alguien admira a Ed Wood por lo excelente director que era? Podría seguir teorizando sobre el consumo irónico y los placeres culposos, pero mejor, veamos qué es Román, y por qué inspira estas líneas. Hay un elemento fundamental en Román, su protagonista.
Gabi Peralta es un personaje tuboso, duro, con aspecto típico de esos héroes de acción de estilo Clase B de los años ’80. Antes de cada aparición suya, debería figurar el logo de Cannon Films. Román gira completamente en torno a su persona, no solo porque es el protagonista absoluto, sino porque la cámara se dedica a seguir, no a él, sino a sus músculos, cómo se flexionan, se contornean, y despliegan nuevas capas en esa piel trigueña.
Gabi es un duro de la acción, y un duro en la actuación. Precisamente, interpreta a Román, un policía que recorre las calles junto a Lucas (Nazareno Casero). Su principal característica es la clara idea del bien que posee. Maneja una conducta moral intachable, y no acepta los dobles discursos, ni los atajos “no tan legales” para solucionar las cosas de otro modo. La ley está hecha para cumplirse.
Román acude al templo evangélico de su barrio, en el que todos lo conocen, y así conocemos a José (Horacio Roca) un hombre mayor, que vivía con su madre que acaba de fallecer, y ahora recibe la noticia de que la casa de la familia irá a parar a manos de Marcos, el pastor principal de la iglesia, y jefe de una banda mafiosa local.
Román no puede dejar las cosas así. También se suma el hecho de que, Helena (Aylin Prandi), mujer de Marcos, es amante de Román… porque se ve que esa parte del manual moral se le perdió.
Román ve corrupción en todos lados, no solo en los actos de Marcos, su amigo Lucas, además de sacar pizzas gratis y viajar en colectivo “de arriba” (¡desfachatado!) es leal al comisario (Arnaldo André), y este tiene también sus negocios con Marcos. ¿Qué puede hacer Román sino empezar a regir sus reglas de conducta por mano propia. Eso sí, sin salirse de la ley.
El guion, creado por Gabriel (director de La araña vampiro y Los paranóicos) y Pablo Medina, es el de manual de policial clásico. Un género muy querido por nuestro cine y por nuestro público, que ya cuenta también con varios objetos de consumo irónico como Policía corrupto, Cargo de conciencia, Maldita cocaína, o Delito de corrupción. Román llega para sumar su granito.
No solamente su guion es claramente acartonado (el hecho de ser “de la vieja escuela” no seríade por sí malo – todo lo contrario – si estaría bien resuelto) y remarca cuestiones de modo obvio, creando situaciones inverosímiles. Hay diálogos imposibles, y no sólo por lo inverosímil. También escenas a modo de relleno, pero inexplicables, como una ¿interesante? caminata de hormigas, porque sí, porque… hormigas en fila; o estiradas una vez que la acción ya termino ( por si no se entiende, los personajes hablan, se retiran de cuadro, y la cámara sigue allí unos cuantos segundos más, como buscando alguien que grite ¡corte!).
Y llegamos a las actuaciones. En los secundarios hay talento. No hace falta decir que Nazareno Casero, Carlos Portaluppi y Horacio Rocca son muy buenos actores, pero deben lidiar con esos diálogos increíbles e imposibles de darle contexto, y con un protagonista muy difícil de interactuar. Todos se acoplan al efecto Peralta. La cámara hace encuadres rarísimos, ¡vamos!, malos encuadres, con tal de mostrar los músculos de Peralta doblándose.
También se pierde en primerísimos planos de sus (no)gestos durísimos. Las escenas cuasi eróticas de seducción con Prandi serían tema para todo un texto aparte, mejor no nos adentremos ahí, solo digamos que no están bien. Hay algo llamativo más allá de todo esto en Román. Traspasando sus problemas de cámara y montaje, se nota algo de producción, Román es una película que se ve bien. Una curiosidad, nada más.
Sumemos a este combo un tutti frutti de errores de continuidad, y el resultado es este; una película que se disfruta muchísimo.
Sí, como leen, "Román" acumula tantos errores, es tan imperfecta desde su primera escena (y de ahí todo para abajo, o para arriba según como lo vean) que a los pocos minutos ya se la disfruta a carcajadas como una comedia y logra que pasemos un momento muy divertido. Tanto que sus escasos 72 minutos, nos dejarán con ganas de más.