Juez y parte
El derrotero de un joven policía que eligió ser parte de la fuerza para luchar contra el mal endémico que surge de ella es el eje que mueve la ópera prima de Eduardo Meneghelli Román (2018), una premisa con buenas intenciones pero que fracasa ante una serie de desaciertos en la puesta como en la elección de su protagonista, un inexpresivo Gabriel Peralta.
Román (Gabriel Peralta) integra unas fuerzas policiales en las que parece no encajar. Sus convicciones sobre el bien y el mal son muy diferentes a las que se pregonan desde la misma policía. Su vida transita entre su trabajo en compañía de un opuesto colega (Nazareno Casero), el gimnasio, las visitas a un templo evangélico, un amorío con la mujer del pastor, y un amigo mucho más grande que él con quien algunas veces se junta para almorzar. Román es un personaje atípico, desencajado del sistema, con utopías fuera de época que lo llevan a impartir por cuenta propia la justicia que la fuerza no hace al estar enquistada dentro de un laberinto de corrupción del que todos son parte.
Poner a encabezar una película a un actor desconocido es un riesgo que puede salir bien o mal. Si esa película es una ópera prima el riesgo es mucho mayor, por eso las decisiones a tomar serán relevantes para el resultado final. Dentro de esas decisiones Meneghelli tomó algunas acertadas y otras que desafortunadamente arruinaron el producto final. La historia, guionada por Pablo y Gabriel Medina, funciona y podría haber llegado a buen puerto si se evitara el estereotipo en un puesta en escena antigua como también la elección un actor inexpresivo, incapaz de mostrar matices en el crescendo dramático de un personaje que los necesita para resultar creíble.
Para lo técnico el director decidió rodearse de un equipo donde cada uno es un número uno en lo suyo, pero que desgraciadamente tampoco pudo hacer mucho para evitar que el barco naufragara, sino apenas que el daño colateral no fuera mayor. Más allá del correcto trabajo de fotografía de Gustavo Biazzi se nota que por los recursos de montaje Andrés Quaranta tuvo que hacer milagros para sacar a flote una película que en los años 80 hubiera sido de vanguardia pero en 2018 queda rancia. Enfrentarse a Román es como estar en otra época, un tipo de cine que atrasa años, que caducó en el tiempo y que hoy no aporta nada nuevo en su forma de narrar.
Un director puede tener entre sus manos una buena historia, un elenco atractivo con actores como Nazareno Casero, Carlos Portaluppi y Horacio Roca, pero el problema radica cuando no se sabe plasmar en imágenes lo que se tiene para contar, por más buena que sea la historia, los actores secundarios y el equipo técnico, y más aún cuando se elige para protagonizarla a un novato con limitados recursos expresivos y más horas de gimnasio que de clases de actuación.