La película abre con una frase de Mishima, aquélla sobre que es absolutamente erróneo pensar que puedan entender nuestros sentimientos más profundos.
Lo que sigue es un plano de un patrullero. Román va sentado al lado del agente que maneja.
“Me gusta ser policía de calle. Te arreglás con lo que tenés. Me gustan las cosas simples. Yo no quiero hacer carrera. Sólo quiero hacer mi trabajo. Y punto. Tengo todo lo que necesito”, le dice al personaje que compone Nazareno Casero.
Román no quiere relacionarse. Hace ejercicios, tonifica su cuerpo, practica tiro al blanco. Paga una presa de pollo desgrasado y a la plancha porque no acepta que su compañero manguee en un restaurante. Come ensalada de zanahoria y remolacha. Va a pescar al mismo lugar que siempre.
También actúa raro, tipo RoboCop. No es Serpico, pero si viera la película homónima con Al Pacino, Román tendría un orgasmo.
Otro tipo de satisfacción tiene con la mujer del pastor de un templo al que asiste regularmente, y a quien regularmente asiste como amante.
“A mí lo que más me gusta es cuando me perdés el respeto”, le dice ella en la cama. Porque Román tiene relaciones, aunque no se ve.
Román trata sobre Román, y cómo a Román se le va todo de las manos cuando el mundo externo, el que no le gusta y al que prefiere contrastar desde su rutina, le demuestra que no está corriendo por el mismo sendero que él.
Román es un ser derecho, salvo por el asuntito con la mujer del pastor. Pero con todo, parece el Elegido al lado de policías corruptos (Arnaldo André), pastores que ven negocios donde no deberían. La actuación de Gabriel Peralta, el protagonista, está uno o dos niveles más arriba de lo normal. Su decir no es muy natural, pero tal vez así hablen “los de la Fuerza”.
Al fin y al cabo, sirve para ejemplificar el filme un diálogo que Román mantiene en algún momento. “¿Qué te pareció el libro de Mishima?” “Un poco complicado. Pero me gustó.”