Un clásico para rápido consumo
Es, quizás, una de las obras más adaptadas en la historia del cine. Desde aquella versión germinal de Georges Méliès de 1902 que hoy se considera perdida, Romeo y Julieta circuló, con mejores y peores resultados, por decenas de manos, marcando así un amplísimo arco de variantes estilísticas y narrativas. Los principales cuestionamientos ante una nueva aproximación al texto de William Shakespeare no deberían centrarse, entonces, en su pertinencia u originalidad. Sí en la predisposición del equipo artístico para comprenderlo, reinterpretarlo y a) devolver a la pantalla una versión personalizada, tal como hiciera el australiano Baz Luhrmann con su versión ultrapop de 1996, o b) aprehenderlo para respetarlo a rajatabla, camino elegido por Franco Zeffirelli en 1968. El problema de esta versión 2013 pasa justamente por la imposibilidad de vislumbrar alguna intención de distinguirse por sobre sus cuantiosos antecedentes, convirtiéndose en una de las tantas películas romanticonas y edulcoradas destinadas al público sub15 acostumbrado a las coordenadas simbólicas y narrativas de Crepúsculo.
Producida con fondos provenientes de diversos países europeos (Italia, Suiza, Reino Unido), dirigida por un italiano (Carlo Carlei) y protagonizada por actores mayoritariamente británicos y norteamericanos, Romeo y Julieta quiere ser un regreso a los orígenes –gran parte del rodaje se realizó en Verona– pero rebajado para facilitar su consumo. Tanto que el guión de Julian Fellowes (reconocido por su trabajo en Gosford Park) prescinde de cualquier atisbo de pasión y complejidad emocional, convirtiéndose en una aproximación desangelada a la historia de amor entre los dos adolescentes (Hailee Steinfeld, de Temple de acero, y la reciente El juego de Ender, y Douglas Booth, peligrosamente parecido a Robert Pattinson) provenientes de familias históricamente enemistadas. El resto es historia archiconocida, con el flechazo de amor instantáneo, un intento de enganchar a la chica con un conde, la muerte fingida de ella, la muerte verídica de él, la muerte verídica de ella, todo narrado con automatismo, música incidental y diálogos que confunden literalidad con solemnidad.